Neuropsicología de los trastornos de ansiedad

Si bien existe cierta diversidad terminológica y conceptual respecto a la ansiedad, desde una conceptualización multidimensional se la considera como un estado emocional complejo, difuso y aversivo que se caracteriza por una aprensión excesiva irracional, intranquilidad, tensión, hipervigilancia y preocupación, acompañada de la activación del sistema nervioso autónomo en ausencia de un estímulo específico que la desencadene.

Sin embargo, esta respuesta emocional que inicialmente es adaptativa se puede convertir en patológica y es aquí donde aparecen los trastornos de ansiedad que se caracterizan por presentar una dificultad para percibir los aspectos seguros de las situaciones de peligro y por una tendencia a subestimar las capacidades de afrontamiento.

El objetivo de este trabajo es realizar una revisión del concepto de ansiedad y los trastornos asociados a ella desde una perspectiva neuropsicológica, explorándola desde las diferentes escuelas psicológicas hasta su estudio también desde una mirada neurobiológica.

De esta manera, se realiza una distinción entre la ansiedad y el miedo y se enfatiza en la diferenciación entre ansiedad normal y ansiedad patológica.

Por último, se analiza el impacto que tiene la ansiedad en el funcionamiento cognitivo y se destaca la importancia de su tratamiento.  

Conceptualizaciones de la ansiedad desde la perspectiva PSI

El término ansiedad proviene del latín: “anxietas”, que se refiere a un estado de agitación, inquietud o desasosiego (Mora-Gallegos & Salas-Castillo, 2014).

Diversas escuelas psicológicas han abordado la temática de la ansiedad, generándose una diversidad terminológica y conceptual que derivó en un constructo ambiguo y complejo de delimitar (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

Todas estas teorías tienen común la importancia concedida a los factores psicosociales en la génesis y desarrollo de la ansiedad, por lo que describirán algunas perspectivas psicológicas relacionadas a su estudio.

Las teorías psicodinámicas consideran a la ansiedad como una respuesta individual a un peligro que amenaza desde dentro, en forma de un impulso instintivo prohibido que está a punto de escapar del control de la persona. Por lo que consiste en una señal de alarma que provoca que el «yo» adopte medidas defensivas.

Si las defensas tienen éxito, la ansiedad desaparece, mientras que, si ésta no sale libremente o se contiene, según el tipo de defensa empleada, puede presentar síntomas conversivos, disociativos, fóbicos y obsesivo-compulsivos.

De esta manera, se entiende a la ansiedad como un proceso físico de excitación acumulada que busca su vía de descarga por medio de la vía somática, sin determinación psíquica (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019; Reyes-Ticas, 2010).

Sin embargo, como una línea de investigación alternativa a la psicodinámica, se desarrolla la perspectiva conductista, la cual precisamente se focaliza en la conducta observable y sus relaciones con el entorno por medio de procesos de aprendizaje, utilizando el método experimental (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

Dado que en seres humanos el estudio de la ansiedad ha resultado difícil de esclarecer a niveles que tengan una importancia y relevancia etológica (debido a que, por ejemplo, es difícil encontrar pacientes con daño bilateral en la amígdala), los modelos animales han sido una herramienta clave en la investigación, ya que permiten estudiar procesos fisiológicos, bioquímicos y conductuales que se asemejan a los procesos respectivos en el ser humano permitiendo una manipulación ambiental precisa y una medición controlada de las respuestas inducidas por dicha manipulación (Bechara et al., 1995; Mora-Gallegos & Salas-Castillo, 2014).

La mayoría de los modelos animales de miedo y ansiedad consisten en situaciones experimentales controladas en las que se empareja una respuesta aprendida con un estímulo aversivo (incondicionado o condicionado), modelando así reacciones a acontecimientos específicos negativos o a estímulos emparejados con éstos.

La experimentación con modelos animales ha permitido explorar las bases neurobiológicas de la ansiedad, lo cual constituyen una base para aproximaciones tendientes a contribuir al desarrollo de estrategias destinadas al tratamiento de los TA (Mora-Gallegos & Salas Castillo, 2014).

Desde esta escuela psicológica, la ansiedad entonces se conceptualiza como una respuesta emocional transitoria, que es susceptible de evaluación por medio de sus antecedentes (estímulo), consecuencias (respuesta), y de su frecuencia y duración.

En este sentido, siguiendo el paradigma del condicionamiento clásico e instrumental (respectivamente), Watson entendía la fobia como una respuesta emocional condicionada, aprendida por la asociación de una situación que en un principio era neutra con una experiencia desagradable; mientras que Skinner la conceptualizó como una respuesta emocional reforzada negativamente por conductas evitativas dirigidas a la prevención y control aversivo (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

Por su parte, Eysenck postuló que la ansiedad patológica es el resultado del fallo en extinguir la respuesta de miedo condicionado. Desde esta visión, se puede pensar que las formas de adaptaciones al estrés (la respuesta al estímulo estresor) podrían ser causa de trastornos afectivos tales como la ansiedad (Cedillo-Ildefonso, 2017).

Por su parte, las teorías cognitivas conductuales consideran que la ansiedad es el resultado de una sobrevaloración amenazante de los estímulos (por aprendizaje o condicionamiento) y una infravaloración de sus potenciales personales, ya que se considera que los patrones cognitivos distorsionados preceden a las conductas desadapatadas y los trastornos emocionales.

De esta manera, por ejemplo, las personas con sistemas cognitivos negativos desencadenan ataques de pánico al interpretar una palpitación como el aviso de estar a punto de morir de un infarto del miocardio (Reyes-Ticas, 2010).

En este sentido, Clark y Beck conceptualizaron la ansiedad como un sistema complejo de respuesta que se manifiesta a nivel conductual, fisiológico, afectivo y cognitivo y que se activa al anticipar sucesos o circunstancias percibidas como acontecimientos imprevisibles, incontrolables que potencialmente podrían amenazar los intereses vitales de la persona (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

En la actualidad, se tiende a una visión integrativa y a una conceptualización multidimensional de la ansiedad, considerándola como un estado emocional complejo, difuso y aversivo, caracterizada por las siguientes manifestaciones: aprensión excesiva irracional, intranquilidad, tensión, hipervigilancia, preocupación y activación del sistema nervioso autónomo en ausencia de un estímulo específico que la desencadene (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019; Sierra et al., 2003).

Como se observa, la ansiedad se puede confundir con el miedo, ya que tienen manifestaciones parecidas: en ambos casos preparan al organismo para hacer frente a situaciones de peligro presentando pensamientos de alarma, sensaciones de aprensión, reacciones fisiológicas y respuestas motoras.

Sin embargo, se diferencia de éste en que la ansiedad se relaciona con la anticipación de peligros futuros, indefinibles e imprevisibles, mientras el miedo es una perturbación cuya presencia se manifiesta ante estímulos presentes reconocible por la persona (Campbell, 1986; Zeidner & Matthews, 2011).

De esta manera, la ansiedad es anticipatoria, es decir, posee la capacidad de prever el peligro o amenaza futura, activando y facilitando la capacidad de respuesta, lo cual le otorga un valor funcional importante (Cedillo-Ildefonso, 2017; Sandín & Chorot, 1995).

Así, se considera que la ansiedad es una respuesta inicialmente adaptativa del organismo que se manifiesta junto con:

  • respuestas fisiológicas (tensión muscular, palpitaciones, taquicardia, elevada tasa de respiración, mareos, náuseas, sequedad de boca, sudor, temblores, enrojecimiento en la cara, calor, dificultad para dormir, dolores de cabeza, cuello o espalda, fatiga, diarrea),
  • conductuales (expresiones faciales, patrones de comunicación, inquietud, deterioro de respuestas de ejecución de evitación y escape, en el habla, en tareas de vigilancia y motivación)
  • y cognitivas (expectativas negativas y preocupaciones sobre uno mismo, las situaciones y las consecuencias potenciales) (Gould et al., 2002).

En síntesis, la ansiedad sería una respuesta emocional compleja que se activa ante procesos de evaluación cognitiva, permitiendo a la persona analizar la información relevante sobre la situación, los recursos y el resultado esperado, para estratégicamente actuar en consecuencia.

La ansiedad, en intensidad moderada, guía el comportamiento para lidiar con circunstancias anticipadas como aversivas o difíciles, ya que impulsa y mejora el desempeño físico e intelectual, moviliza a la persona para la resolución de problemas y favorece la adaptación en contextos novedosas o aversivos (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

Sin embargo, esta respuesta inicialmente adaptativa se puede convertir en patológica cuando la persona responde de manera exagerada o inapropiada al estímulo ansiógeno y el organismo no es capaz de recuperar la homeostasis corporal alterada después de las diferentes fases de ansiedad.

Precisamente, la ansiedad patológica deriva de una atribución o evaluación cognitiva disfuncional/errónea del peligro, ya que se activan esquemas inadaptativos que sesgan el procesamiento de la información e interfieren directamente con el manejo efectivo y adaptativo de circunstancias aversivas o difíciles, llegando incluso a deteriorar el funcionamiento cotidiano (Díaz Kuaik & De la Iglesia, 2019).

En este sentido, la alteración en los tres niveles de respuestas de la ansiedad afecta negativamente la eficiencia para resolver problemas, ya que esta disposición emocional interacciona con otros procesos psicológicos como la vigilia, la atención, la percepción, el razonamiento y la memoria (Fernández-Castillo & Gutiérrez, 2009).

Precisamente, cuando la ansiedad supera los parámetros normales en cuanto a su intensidad, frecuencia o duración, o se activa ante estímulos no amenazantes para el organismo, y éste siente que los posibles problemas o peligros están fuera de su control, provoca manifestaciones patológicas tanto a nivel emocional como funcional, generando síntomas mentales y físicos, dando así lugar a los trastornos de ansiedad (Cedillo-Ildefonso, 2017; Zeidner & Matthews, 2011).

 

Neuropsicologia de los trastornos de ansiedad

Como se mencionó, la ansiedad es adaptativa dentro de ciertos límites ya que, en un nivel óptimo, es un estado humano común que puede facilitar el desempeño y el aprendizaje.

Precisamente, se ha observado que, bajo condiciones no desafiantes y de baja carga cognitiva, la ansiedad leve puede mejorar el procesamiento emocional y el control de la atención.

Sin embargo, los altos niveles de ansiedad, por otro lado, conducen a disminuciones en el rendimiento cognitivo, especialmente en dominios como la atención y las funciones ejecutivas (Craig et al., 2009).

SI bien las personas con TA manifiestan frecuentemente quejas cognitivas y falta de confianza respecto a su propio rendimiento cognitivo (metacognición), llegando a menudo a interferir con su vida cotidiana, los hallazgos neuropsicológicos de estos trastornos son menos consistentes en la literatura científica en comparación con enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la depresión mayor, los cuales se han estudiado y definido ampliamente (Langarita-Llorente & Gracia-García, 2019).

No obstante, existen varios estudios que muestran el impacto de la ansiedad en el funcionamiento cognitivo. Se ha observado que niveles altos de ansiedad pueden ser perjudiciales para el desempeño, debido a la poca eficacia de la asignación atencional, teniendo en cuenta que la atención, como los demás recursos cognitivos, tiene una capacidad limitada.

Por ejemplo, en la tarea de Stroop se evidenció que la ansiedad afecta adversamente la velocidad de desempeño solo en la condición que requiere la inhibición de respuestas prepotentes, es decir, cuando el nombre del color y la palabra del color entraban en conflicto (Craig et al., 2009).

Específicamente, se ha visto que los efectos de los estados de ansiedad extrema sobre el rendimiento cognitivo son dobles:

  1. por un lado, la ansiedad aumenta la atención hacia los estímulos relacionados con amenazas, lo que a su vez conduce a un control cognitivo deteriorado (los pacientes ansiosos asignan más atención a la información amenazante que a la información neutral, es decir, tienen un mayor sesgo atencional a la amenaza);
  2. y por otro lado, la ansiedad altera el control atencional, incluso cuando no hay presentes estímulos relacionados con amenazas, ya que los pensamientos ansiógenos y de preocupación consumen algunos de los recursos atencionales limitados de la memoria de trabajo, que por lo tanto están menos disponibles para el procesamiento de tareas concurrentes.

De esta manera, la ansiedad también tiene un impacto en la función de inhibición del ejecutivo central, lo cual conduce a una interferencia cognitiva que limita la capacidad de procesamiento y almacenamiento temporal de la memoria de trabajo.

Se ha observado que las personas ansiosas se distraen más que las personas no ansiosas por los estímulos irrelevantes para la tarea, ya sea externos (presentados por el experimentador) como internos (pensamientos preocupantes, autopreocupación, etc.) (Craig et al., 2009).

Esta tendencia a sesgos atencionales y a distraerse más fácilmente lleva a que los pacientes que padecen TA presenten problemas en la toma de decisiones y en la flexibilidad conductual, precisamente debido a que la ansiedad provoca una reducción sostenida de la tasa de activación espontánea en la corteza prefrontal dorsomedial y la corteza orbitofrontal, es decir, una hipofrontalidad frente a la hiperactividad límbica (Daviu et al., 2019; Langarita-Llorente & Gracia-García, 2019).

Accede al estudio completo: https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i1.4825

Autores:

  • Rocio González, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
  • Nicolás Parra-Bolaños, Asociación Educar para el Desarrollo Humano.

 

Cómo citar esta publicación: González, R., & Parra-Bolaños, N. (2023). Neuropsicología de los trastornos de ansiedad. Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar, 7(1), 5206-5221. https://doi.org/10.37811/cl_rcm.v7i1.4825
Doctora en Neurociencias, Universidad Nacional de Córdoba; Becaria Post-Doctoral del CONICET en la Universidad Austral; Máster en Neuropsicología y Licenciada en Psicología; Docente de la asignatura Neurofisiología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires; Docente de la asignatura Fundamentos en Biología y Neurofisiología de la Facultad de Psicología de la UADE.