El mito del mercado perfecto: ¿La economía es una ciencia exacta?
Cuando escuchamos hablar del «mercado de trabajo», la mayoría de las personas lo imagina como un gran escenario donde empleados y empleadores se encuentran para hacer un intercambio justo: trabajo por salario. Esta imagen, repetida en discursos políticos, medios de comunicación y hasta en conversaciones familiares, parece tan natural que nadie se atrevería a cuestionarla. Sin embargo, ¿y si te dijéramos que este «mercado» no funciona como el de las frutas en una feria ni como el de valores en Wall Street? ¿Y si esa imagen ideal es más un mito que una realidad?
La idea de un mercado de trabajo perfecto viene de la teoría económica clásica y neoclásica. Según estas corrientes, todo trabajador puede ofrecer su fuerza de trabajo a cualquier empleador, sin barreras, en cualquier lugar del mundo. Es decir, un escenario de «movilidad perfecta» (Centi, 1988). Además, se supone que todas las personas tienen acceso a la misma información, que actúan racionalmente, y que sus decisiones llevan siempre al resultado más eficiente para todos (Icart y Blanch, 1998). Este modelo, que encierra una lógica admirable, parte de la base de que las leyes del mercado son «naturales» y que, si se las deja actuar, ubicarán a cada trabajador en el mejor lugar posible (Prieto Rodríguez, 1989).
Pero aquí viene el problema: la vida no es un modelo matemático. En la práctica, los trabajadores no pueden mudarse fácilmente de ciudad o país, no acceden a toda la información al momento de buscar empleo, y las decisiones que toman están atravesadas por necesidades familiares, redes sociales, temores e ilusiones. Como señala Stiglitz (1987), la información en el mercado laboral es incompleta e imperfecta. Esto quiere decir que ni empleadores ni trabajadores saben realmente todo lo que necesitan para tomar decisiones completamente racionales. Hay incertidumbre, intuición, prejuicio y, muchas veces, suerte.
La crítica de Spence (1976) y Arrow (1985) se suma a esta visión: los empleadores, al no conocer con certeza las capacidades de los candidatos, se ven obligados a usar señales indirectas, como la universidad de la que egresaron o el idioma que manejan, lo cual muchas veces resulta injusto. En otras palabras, el mercado de trabajo, tal como se lo suele enseñar, no solo está lejos de ser perfecto: también está lejos de ser real.
Submercados, barreras y desigualdades: ¿Es lo mismo buscar trabajo en todos lados?
Imaginemos que el mercado laboral no es una única autopista por donde todos circulan con igualdad de condiciones, sino más bien una ciudad con múltiples calles, algunas asfaltadas y anchas, otras de tierra y llenas de baches. Esta metáfora ayuda a entender lo que muchos autores han descrito como la existencia de “submercados laborales”, cada uno con sus reglas, jerarquías y obstáculos.
Toharia (1983) señala que no existe un único mercado de trabajo homogéneo. En cambio, encontramos diferentes submercados, definidos por:
- sectores económicos,
- géneros,
- edades,
- territorios
- o calificaciones.
Por ejemplo, no es lo mismo buscar empleo en el sector tecnológico de una ciudad capital que en el trabajo rural de una región periférica. Además, hay barreras visibles e invisibles que impiden que las personas pasen de un submercado a otro.
García Blanco y Gutiérrez (1996) destacan que dentro de estos submercados existen fuertes restricciones a la movilidad. Los trabajadores no se mueven como piezas intercambiables, sino que están condicionados por su historia, sus redes, sus conocimientos, su edad o género. Por eso, la competencia por un puesto de trabajo no se da entre todos los trabajadores del mundo, sino entre aquellos que comparten ciertas características (Prieto Rodríguez, 1989).
Este enfoque lleva a desmentir otra de las creencias más extendidas: que las personas que no consiguen empleo simplemente no se esfuerzan lo suficiente. Como demuestran López Roldán (1996) y Magaud (1974), el acceso al trabajo depende más de estructuras sociales que de méritos individuales. En realidad, lo que solemos llamar “mercado” muchas veces es una serie de puertas cerradas que solo se abren para algunos.
Segmentación, tecnología y nuevas formas de desigualdad
¿Qué sucede cuando miramos más de cerca cómo se organiza el empleo dentro de las empresas o sectores? Aquí entra en juego el concepto de “segmentación” del mercado laboral, que rompe con la idea de que todos los trabajos son accesibles para todos por igual.
Los regulacionistas, como Boyer (1986) y Centi (1988), muestran que el mercado laboral está estructurado en segmentos: el primario y el secundario.
- En el primario, encontramos empleos estables, bien remunerados, con posibilidades de ascenso, generalmente en grandes empresas o el sector público.
- En el secundario, se agrupan los trabajos mal pagos, inestables, con escasa protección y casi nula capacidad de negociación (López Roldán, 1996).
La segmentación no es sólo una categoría teórica: se vive todos los días. ¿Quién no conoce a alguien que tiene un contrato precario, cobra en negro o trabaja en condiciones dudosas? Mientras unos pocos acceden al “club” del empleo formal y estable, la mayoría circula por trabajos de baja calidad, y a veces, ni siquiera consigue eso.
Doeringer y Piore (1985) describen que incluso cuando hay necesidad de incorporar trabajadores al segmento primario, las empresas tienden a hacerlo desde dentro, promoviendo a empleados ya existentes, antes que abrir las puertas al mercado externo. Así, las chances de movilidad son limitadas y no todos tienen las mismas oportunidades de “ascenso” laboral.
Y en este contexto, la tecnología juega un papel doble:
- Por un lado, puede mejorar condiciones y facilitar tareas;
- por otro, suele profundizar las desigualdades.
Como señala Bagnasco (1985 y 1986), los cambios tecnológicos afectan de manera distinta a los distintos segmentos del mercado, creando nuevas brechas entre quienes pueden adaptarse rápidamente y quienes quedan rezagados.
¿Y si el trabajo no fuera solo economía?: Redes, reciprocidad y subjetividades
Una mirada más profunda nos invita a entender que el trabajo no es solo una mercancía que se compra y vende. En realidad, está profundamente vinculado con:
- nuestras identidades,
- relaciones sociales
- y trayectorias de vida.
Es decir, el trabajo no es solo un bien económico, también es un hecho social.
Sabel (1986) lo expresa con claridad: ningún mercado laboral puede explicarse sin tener en cuenta factores extraeconómicos, como las normas culturales, las historias locales, las redes de apoyo y los vínculos comunitarios. Así, muchos trabajos se consiguen no por haber ganado una competencia abierta, sino por un contacto, una recomendación o una historia previa con determinada empresa o sector.
Este enfoque es retomado por Bagnasco (1986 y 1989), quien resalta que los mecanismos de regulación del trabajo incluyen formas no mercantiles, como las relaciones de reciprocidad. Por ejemplo, una familia que ofrece trabajo a un conocido, o una comunidad que ayuda a los jóvenes a insertarse en determinada ocupación.
Incluso desde la sociología del trabajo, autores como Criado (1995) critican duramente el intento de explicar el comportamiento de los trabajadores solo desde la lógica de maximización de beneficios. Para este enfoque, la subjetividad, las aspiraciones, los miedos y las estrategias personales son tan importantes como los datos económicos.
Esto cambia radicalmente la forma en que pensamos el “mercado de trabajo”. Ya no se trata de un espacio neutral donde se intercambian habilidades por dinero, sino de un entramado de relaciones humanas, históricas y territoriales, donde cada decisión laboral está atravesada por múltiples factores. Así, la idea de un único mercado global, donde todos compiten en igualdad de condiciones, queda completamente desmentida.
Más allá del mito: ¿Cómo repensamos el trabajo hoy?
Después de recorrer todas estas miradas críticas, una cosa queda clara: seguir hablando del «mercado de trabajo» como si fuera una entidad objetiva, racional y funcional, es una simplificación que ya no se sostiene. La vida laboral está llena de matices, conflictos y contradicciones que no caben en una ecuación matemática.
Entonces, ¿por qué sigue siendo tan fuerte esta metáfora del mercado laboral? Tal vez porque da una ilusión de orden. Nos hace creer que hay reglas claras y que quien no tiene trabajo es porque no encaja, no se esforzó o no supo competir. Pero esta narrativa es peligrosa, porque invisibiliza las desigualdades estructurales y desresponsabiliza a los actores económicos y políticos.
Repensar el trabajo implica mirar más allá de la lógica de oferta y demanda. Implica reconocer que el acceso al empleo está condicionado por factores sociales, históricos, culturales y tecnológicos. Implica aceptar que las reglas del juego no son iguales para todos, y que muchas veces ni siquiera están claras.
Como dice López Roldán (1996), no se trata de negar toda forma de mercado, sino de comprender que hay muchas formas de regulación, y que el trabajo es también un fenómeno social. Es tiempo de abandonar la ilusión del mercado perfecto y empezar a construir discursos más honestos, más complejos y más humanos sobre lo que significa trabajar.
Así, la próxima vez que escuches hablar del “mercado de trabajo”, tal vez te preguntes:
- ¿De qué mercado estamos hablando?
- ¿Quiénes están dentro, quiénes afuera y quién decide las reglas?
Porque solo cuando entendamos lo complejo del mundo laboral, podremos imaginar formas más justas y reales de organizarnos.
Bibliografía:
- Bagnasco, Arnaldo (1985): «La construzione sociale del mercato: strategie di impresa e experimenti di scala in Italia», en Stato e Mercato, 13, pp. 9-45.
— (1986): «Mercato e mercati del lavoro», en Sociología de Lavoro, 29, 29-40.
— (1989): «Mercado y mercados de trabajo», Sociología del Trabajo, 6, primavera, 21-31. - Blanco, J. M. G., y Gutiérrez, R. (1996). Inserción laboral y desigualdad en el mercado de trabajo: cuestiones teóricas. REIS: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 269-293.
- Boyer, R. (1986). Capitalismes fin de siècle, Presses Universitaires de France, 67-103, 109-139, 167-198, 203-224.
- Centi, César (1988): «Mercado de trabajo y movilización», en Sociología del Trabajo (nueva época), 4, 43-66.
- Criado, E. M. (1995). Economías morales de las relaciones laborales en grupos de trabajadores jóvenes. Economía y sociología del trabajo, 29, 143-151.
- Doeringer, Peter B., y Piore, Michael J. (1985): Mercado interno de trabajo y análisis laboral, Madrid, Ministerio de Trabajo y de la Seguridad Social.
- García Blanco, J. M., y Gutiérrez, R. (1996): «Inserción laboral y desigualdad en el mercado de trabajo: cuestiones teóricas», REIS: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 75.
- Ignasi Brunet Icart and Antonio Morell Blanch, REIS: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 82 (Apr. – Jun., 1998), 37-71.
- Magaud, Jacques (1974): «Vrais et faux salaries», en Sociologie du Travail, 1, 1-18.
Prieto Rodríguez, C. (1989). ¿ Mercado de trabajo? REIS: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (47), 177-191. - Roldán, P. L. (1996). La construcción de una tipología de segmentación del mercado de trabajo. Papers: revista de sociologia, (48), 41-58.
- Sabel, Charles (1986): Trabajo y política. Madrid, Ministerio de Trabajo y de la Seguridad Social.
- Spence, A. M. (1976). Product selection, fixed costs, and monopolistic competition, Review of Economic Studies, 43, pp. 217-235.
- Stiglitz, J. E. (1987). Principal and agen, en J. E. Atwell, M. Milgate y P. Newman (eds.), The New Palgrave. A dictinionary of economics, McMillan, Londres.
- Toharia, Luis (comp.) (1983): El mercado de trabajo: teorías y aplicaciones, Madrid, Alianza Editorial.
Cómo citar esta publicación: Manzano, F. A. (2025). ¿Existe realmente un Mercado de Trabajo? Críticas, Segmentación y Desigualdades Laborales. Asociación Educar para el Desarrollo Humano. www.asociacioneducar.com/blog/existe-realmente-un-mercado-de-trabajo
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