El conocimiento es una herramienta muy importante si la utilizamos de manera práctica para crecer y trascender, pero si sólo empleamos la información para lucirnos nos quedaremos a mitad de camino.

La trampa del saber

Fecha 16 de Octubre de 2014

Artículo de uso libre, sólo se pide citar autor y fuente (Asociación Educar).


Los educadores tenemos la enorme responsabilidad de formar personas: educar es una actividad sumamente desafiante, en la que trasciende el que más ayuda a desarrollarse a otros.

En algún momento de nuestras vidas tuvimos la suerte de que nuestro cerebro descubriera el enorme valor y gratificación que acompaña el sumar positivamente en el crecimiento del prójimo, y siguiera en ese camino, sin conformarse con menos.

Tenemos mucho para compartir y contar para que otros sepan. Para poder hacer esto, primero tuvimos que aprender. No es posible transmitir lo que no sabemos y no siempre conocemos en profundidad. A veces quedamos atrapados en la ilusión de que el entendimiento intelectual-académico es suficiente, en lugar de tomarlo sólo como un paso. Conocer, comprender, entender y saber son conceptos que se interrelacionan y dan lugar a fascinantes polémicas.

El aprendizaje completo implica no sólo dominar un tema, sino llevarlo a la práctica, bajarlo a tierra y al campo de la ACCIÓN. Todos conocemos personas que aparentemente saben mucho y dan consejos a los demás acerca de cómo deben vivir y actuar para trascender en la vida, pero a la hora de vivir su propia existencia parecen entrar en estados amnésicos.

Me gusta llamar a este fenómeno amnesia selectiva: convenientemente olvidamos lo que nos cuesta hacer. Incluso profesionales con extensos currículums, infinidad de cursos tomados y con sus cerebros repletos de información caen en esta jugada que nos hace nuestro propio cerebro.

Me he tomado el trabajo de hacer encuestas informales, preguntándole a directivos de distintas instituciones educativas cuáles son los padres que resultaban, en promedio, más conflictivos. En la mayoría de los casos la respuesta fue rotunda: “los que más creen que saben son los que menos escuchan consejos o críticas, por más que sean constructivas”.

Nuestro cerebro puede ser terriblemente hábil a la hora de justificarnos o interpretar sucesos, dirigiéndonos a la realidad más conveniente: no cambiar, no esforzarse o no desequilibrarnos. Ante situaciones estresantes, nuestras redes emocionales (principalmente sistema límbico) buscarán siempre soluciones a corto plazo.

Saber es gratificante; nuestro sistema emocional nos premia cuando tenemos la sensación de conocer un tema, y como el placer es adictivo, una vez que descubrimos este circuito tenderemos a ir por más. Este círculo virtuoso se puede convertir en una trampa cuando el ego mete la cola y nuestro cerebro confunde el conocimiento con la compresión. Nos quedamos sumando sapiencia, sin poder aplicarla.

Es como que nuestras redes emocionales nos dijeran “si con la teoría yo me arreglo, para qué tomarme el arduo trabajo de andar poniendo en práctica lo aprendido”. Nuestras redes emocionales buscarán siempre lo más fácil: si sumar información nos resulta más sencillo que aplicarla, tenderemos a seguir acumulándola sin mucha utilidad.

Entendemos que es bueno hacer actividad física, creemos que es positivo comer sano y que nos hace bien relajarnos. Pero… ¿Tenemos todo esto en cuenta? 

Hacer requiere un nivel más alto de gasto de energía, cosa que nuestras redes emocionales tienden a economizar. Equivocarse, reintentar y superarse es una parte fundamental del proceso de poner en práctica lo que pretendemos saber, aunque nos genera un desafío que no siempre tomamos.

El aprendizaje es más completo cuando es aplicable a la vida diaria con un sentido pro valores humanos. Cuando quedamos atrapados en la sola búsqueda de información y olvidamos utilizar lo incorporado podemos entrar en un estado en el que nada nos conforma realmente, corriendo detrás de la próxima sensación gratificante que nos dará el siguiente descubrimiento.

Esa impresión durará lo que un lirio si no le damos un sentido a lo aprendido, dejándonos nuevamente con un sentimiento de vacío al que necesitaremos llenar con una nueva búsqueda, atrapados en un círculo vicioso.

Cuando nuestras redes emocionales y racionales están comprometidas y alineadas hacia la acción correcta, el comprender, entender y conocer toman verdadera profundidad, convirtiéndonos en seres humanos íntegros. 

Pensar, sentir y hacer son pilares fundamentales en nuestro crecimiento como seres humanos. Si reflexionamos de una manera, pero actuamos de otra, careceremos de profundidad y credibilidad. Si lo que decimos está alineado con lo que ejecutamos seremos más íntegros y confiables. Sentirse honesto conlleva un nivel más elevado de gratificación que el sólo hecho de acumular conocimientos como un fin.

Informarse es maravilloso; sentir que sabemos puede ser muy placentero y gratificante, pero si usamos la información sólo para lucirnos o alegrarnos nos estamos quedando a mitad de camino. Todos conocemos gente con niveles académicos bajos, pero de gran profundidad y sabiduría, como también personas con grandes conocimientos que ni trascienden ni inspiran. 

Vivimos en una época de la humanidad en la que la información no para de sorprendernos: lo que se ha descubierto acerca del cerebro en los últimos 15 años es asombroso. Cada vez entendemos mejor cómo funcionamos y qué cosas podemos hacer para vivir plenamente. Leerlas y conocerlas es una oportunidad para redoblar la apuesta de nuestro crecimiento personal. Podemos convertirnos en coleccionistas de información o crecer en nuestra vida al llevarla, también, a la práctica.

¡Qué tengan una hermosa semana, llena de acción, desafíos y aventuras! ¡Feliz crecimiento!