La naturaleza no nos permitió el libre acceso a nuestras redes instintivas y emocionales como para cambiar de manera rápida y a voluntad lo que queramos dentro de nosotros. Sin embargo, si logramos auto observarnos, estaremos en camino de tener un contacto más cercano con nuestras redes emocionales.

Salir a la propia cancha

Fecha 22 de Julio de 2014

Artículo de uso libre, sólo se pide citar autor y fuente (Asociación Educar).


Dentro nuestro hay un interminable partido, y ¡muchas veces el director técnico brilla por su ausencia! A veces, el estrés nos gana por goleada, y no sabemos cómo hablar o entrenar a nuestros jugadores. Nuestro conflictivo director técnico es nuestra consciencia, que al igual que los profesionales, en ocasiones, ayuda y en otras no se entiende qué hace.

Como directores técnicos, todo sería muy fácil si pudiéramos sencillamente ordenarle a nuestra amígdala cerebral que se calme, a nuestro sistema simpático que no se active o a nuestras glándulas suprarrenales que cesen de segregar cortisol. Les decimos que hagan lo que queremos y fin del asunto: ¡chau estrés crónico! ¡Ganamos el partido!

No obstante, ésta no es una opción válida para la inmensa mayoría de los mortales. La naturaleza ha privilegiado un escaso acceso de nuestra consciencia a las redes instintivas y emocionales. Si no tenemos ingreso consciente fácil y directo a ellas como para cambiar de manera rápida y a voluntad lo que queramos dentro de nosotros es por algo. 

Si, por ejemplo, pudiéramos manejar a voluntad nuestras hormonas, probablemente haríamos desastres, volviéndonos adictos a nuestros propios químicos hasta el punto de olvidar nuestras necesidades básicas. Experimentos de este tipo se han hecho en ratones a los que se les implantaron electrodos que estimulaban en su cerebro la liberación de dopamina (neurotransmisor asociado con la sensación de placer) cada vez que apretaban una palanca, cosa que hacían ininterrumpidamente, dejando todas las otras necesidades de lado, hasta morir de hambre o sed.

Si ahora nos damos poca cuenta de lo que pasa en nuestro mundo interior, menos aún teníamos hace algunos miles de años. Sin embargo, a medida que nuestro cerebro se tornaba más y más complejo, surgió la capacidad de poder salir cada tanto del modo automático para tomar decisiones difíciles.

Si bien hace unos 150.000 años nuestro cerebro ya era el de un homo sapiens sapiens ―con las mismas estructuras que tenemos hoy y el mismo “hardware”―, basta sólo con observar los últimos cientos de años para entender que el “software” es bastante distinto.

Seguimos siendo tan o más capaces de hacer las mayores atrocidades, pero a la vez hemos desarrollado la capacidad de auto observarnos conscientemente, cosa que difícilmente puedan haber hecho nuestros choznos paleolíticos. La evolución de la consciencia no es lineal, y hasta suele ir en reversa, pero de alguna mágica manera, mirándolo en ciclos REALMENTE GRANDES, está creciendo. Aunque esto no es garantía de uso y mucho menos de buen empleo. Todos tenemos el talento de la consciencia, pero desarrollar la habilidad de saber usarla en el marco de los valores humanos es algo que necesitamos aprender.

Esto de tener consciencia de nosotros mismos, de estar dándonos cuenta de nuestras reacciones, de las de los demás y sus posibles efectos a largo plazo es bastante “nuevo” en términos evolutivos. Es lógico que nuestro cerebro tenga muchísimas más conexiones desde las redes emocionales hacia las racionales que en sentido inverso. Gracias a la sabiduría milenaria impresa en nuestro ADN por millones de años de ensayo y error evolutivo es que pudimos sobrevivir hasta convertirnos en humanos. No tenemos muchas conexiones desde la parte consciente de nuestro cerebro hacia la inconsciente porque para éste es fundamental honrar esta sabiduría milenaria. La naturaleza no nos dará la posibilidad “así nomás” de ir en contra de tanta experiencia sin tomarse sus recaudos. “Juguetear” con nuestras respuestas emocionales al miedo, enojo, alegría, o con nuestra respuesta al estrés o nuestros períodos de descanso requiere una cierta habilidad, porque hacerlo irresponsablemente puede ser un muy mal negocio.

A nuestros paleochoznos las cosas les pasaban por sí solas: si veían algo sinuoso en el piso saltaban hacia un costado, comandados por nuestra aún vigente respuesta amigdalina. Si nuestras redes cognitivas-racionales detectaban que era sólo una rama en el piso, procedían a avisarle a las redes emocionales que estaba todo bien y volvíamos a la calma. Poca consciencia teníamos de lo que estaba pasando y menos aún de lo que NOS estaba pasando.

Muchos seguimos funcionando exactamente igual: en automático. Así como sucedió en nuestra historia evolutiva, es bueno que en algún momento de nuestra historia personal algo comience también modificarse. Empezando a “darnos cuenta de” lo que nos pasa, de nuestra existencia y de cómo hacer para acceder a nuestro misterioso y automático mundo interior. Nuestra consciencia empieza así a asomar y con ella nuestra posibilidad de negociar con nosotros mismos.

No hace falta ser un místico tibetano, ni un intelectual o un científico para expandir nuestra consciencia: ésta se nutre de los descubrimientos; de nuestros ¡AHA!

Cada vez que tenemos un ¡aha!, nuestra conciencia crece un poco. Cada vez que nos “damos cuenta de” nuestras posibilidades de hacer algo nuevo se expanden. Hay ¡ahas! personales, grupales y mundiales. La fuente de los ¡ahas! es infinita: la ciencia, la religión, Don Ernesto el verdulero, la abuela Josefina, la naturaleza, nuestra propia mente, la mente de otros, etc.

Solemos pensar que expandir la consciencia es una tarea muy compleja, reservada para místicos y científicos, gente que ponemos por encima de nuestras capacidades, pero no es así en absoluto. Hay un solo requisito básico para desarrollarla: USARLA. Es un principio elemental de nuestra UCCM: lo que se usa se fortalece, lo que no, se atrofia. Empecemos por lo más sencillo: observar y “darnos cuenta de”... De que estamos vivos, de lo que estamos sintiendo, de lo que estamos pensando, de lo que tenemos, de los que nos quieren, de lo que podemos hacer, de lo que estamos buscando. Cada uno tiene su lista.

Observarnos aplicando todos los ¡aha! que vamos incorporando es lo que nos hace crecer. Podemos tener información y direcciones de la mejor calidad, pero si no la aplicamos es lo mismo que nada.

Hablemos claro: sentarte a relajarte, reflexionar, meditar, hacer yoga, deportes, tai chi, bailar salsa, cocinar o lo que sea que necesitemos para conectarnos con nuestro eje, es sólo una pierna del caminante. La otra es la ACCIÓN. Parar y calmar nuestra mente optimiza nuestro funcionamiento cerebral, encendiendo nuestras redes más evolucionadas, lo que nos permite ver las cosas con más claridad para encontrar la manera de superarlas. Pero después hay que salir a la cancha, hacerlas y aprender de los errores.

Sólo hace falta parar cada tanto unos minutitos. Y observar lo que pasa afuera y adentro. Y separarse. Hay una parte nuestra que es testigo de todo lo que nos pasa. Cuando nos ponemos como testigos podemos hacer una separación interior y entender que somos más que nuestras emociones, sentimientos, enojos o pensamientos. Y al experimentar esto podemos empezar a independizarnos y liberarnos, manteniendo nuestro eje, apoyados en lo que somos sin perdernos en lo que nos pasa.

Parar un poco no es difícil, ¡es súper fácil!  Podemos comunicarnos con nuestras redes emocionales a través del “feedback”: nuestras redes emocionales permanentemente reciben información propioceptiva sobre lo que pasa en el cuerpo y ajustándose a esta realidad. Así es como si respiramos profundo entienden que estamos relajados, o cuando sonreímos entienden que estamos contentos. No podemos hablarle directamente a nuestras redes emocionales y comandarles que bajen el cortisol, pero sí enviarles señales de tranquilidad, tales como respirar profundo y tranquilos, relajarnos y sonreír para que éstas, al leer el feedback, se digan a sí mismas algo como: “¡Uy! ¡Hay respiraciones profundas, quietud y sonrisas! ¿Será que estamos tranquilos y contentos? ¡Paren las rotativas!”.

La más sincera intención y el más profundo deseo de Asociación Educar es acercar herramientas para que cada vez haya más seres humanos viviendo felices y en armonía con los valores universales. Hay mil caminos y formas: ¡lo importante es empezar! La verdadera libertad llega con el autoconocimiento. ¡Conocerse a uno mismo es el mejor entrenamiento para hacer un buen partido cuando salgamos a la cancha!