
La magia de ver
Artículo de uso libre, sólo se pide citar autor y fuente (Asociación Educar).
“¡Es como yo te digo!” o “¡Lo vi con mis propios ojos!”: cuántas veces hemos dicho o escuchado decir estas expresiones, cerrando así la posibilidad a cualquier opinión distinta, ya sea nuestra o ajena. Confiamos ciegamente en lo que percibimos, sin ser conscientes de los hiperveloces y complejos procesos que atraviesa la información dentro de nuestro cerebro, desde que nuestro ojo se posa en algo hasta que realmente lo “vemos”.
Mientras lees estas líneas, quizás te preguntes “¿con qué estoy viendo?” y consideres como respuesta obvia “con mis ojos”. Sin embargo, esta cuestión no es tan evidente como puedes llegar a creer. Quien realmente ve un suceso es el cerebro y el ojo sólo juega el papel de un intermediario encargado de enfocar y “traducir” la luz de las imágenes que capta al idioma del cerebro. Es decir, los impulsos electroquímicos.
Esa luminosidad que partió desde el sol (o la fuente de luz que estés empleando) rebotó contra el objeto que mirabas, luego entró en tu ojo y en el fondo del mismo fue captada por células nerviosas fotorreceptoras especializadas en dicha traducción. A partir de ese momento se acabó la luz y nuestro cerebro trabaja a oscuras. No hay más imágenes circulando, sino impulsos eléctricos y reacciones químicas desplazándose a más de 300 kilómetros por ahora, llevando información por las distintas áreas.
A grandes rasgos el proceso es sencillo: estos impulsos de los que hablamos pasan primero por el tálamo que es como una minicomputadora que forma parte del sistema instintivo-emocional y también recibe información de todos nuestros sentidos. Éste reorganiza los datos y envía lo que considera más relevante a otras áreas que están en la parte posterior de nuestro cerebro.
Cada uno de estos sectores tiene información almacenada de todo lo que experimentamos y conocemos, guardando una sección para los colores, otra para información de una textura determinada o forma y así con cada uno de todos los detalles que determinan la identidad de algo o alguien. También existen otras áreas del cerebro ―llamadas de asociación― que unen todos estos datos que tenemos a nuestra disposición para que podamos diferenciar todas las imágenes que el cerebro procesa.
Cuando los datos ingresan desde el ojo coinciden con la información que tenemos guardada en las áreas asociativas... ¡Bingo! En ese momento reconocemos y sabemos lo que estamos viendo ya que nuestra conciencia (el darnos cuenta de lo que pasa) tiene acceso a esta parte del cerebro (aunque pocas veces estamos conscientes de lo que estamos viendo ya que mayormente funcionamos en “automático”).
En resumen:
Nuestro cerebro tiene guardado en su memoria los datos de cada cosa que conoció o experimentó.
Tiene grabado todo lo que aprendió sobre formas, colores, texturas, tamaños que determinan un objeto determinado.
El cerebro percibe y reconoce lo que captó el ojo, y le da un significado.
Re-conoce (vuelve a conocer lo que conocía, lo que ya tenía guardado).
Una vez que registramos, podemos darle a lo visto un significado y utilidad.
El cerebro sólo puede reparar en lo que ha conocido o experimentado previamente. Por esa razón nos hace interpretar lo que no conocemos.
Habiendo pasado por tantos filtros y asociaciones lo que el cerebro reconstruye no siempre es la fiel imagen de lo que se observa.
Por eso, si tenemos en cuenta que:
Sólo podemos observar la recreación que nuestro cerebro hizo de lo observado, esta creación no es fiel al reflejo de lo visto. Percibimos de acuerdo a nuestro nivel emocional del momento (cómo estamos) y a nuestra carga genética y aprendizajes.
Cada individuo es único: percibe, reconstruye y observa de una forma única.
Entonces podemos concluir que:
Creernos 100% objetivos en nuestras observaciones es entonces una ILUSIÓN con la que deberemos siempre convivir, por lo que las palabras “estoy seguro” no deberían ser utilizadas. Basándonos en estos nuevos conocimientos, esta expresión ya no debería formar parte de nuestro vocabulario en el futuro, pues lo lógico sería siempre tener cierto grado de duda en lugar de la certeza absoluta.