
Jugar acompañado exige más habilidades al cerebro
Para nuestro cerebro que juguemos solos o acompañados no es lo mismo, ya que cuando participamos de un juego, por simple que este sea, en compañía de otras personas, necesitamos que ciertas áreas relacionadas con la lectura de las posibles intenciones del contrincante se activen. Por ello, es mayor la exigencia en un juego compartido en donde las habilidades sociales también deben ponerse de manifiesto, que armar un rompecabezas o jugar un solitario.
Diversos estudios que se han realizado sobre este tema presentaron que los ganglios basales, un grupo de áreas que están relacionadas con el control del movimiento muscular, se activan con la definición de objetivos, el aprendizaje y con todo tipo de juegos. Conjuntamente con ellos se libera dopamina, un neurotransmisor asociado con la recompensa y el placer, que contribuye a que jugar nos resulte atractivo.
En estas situaciones y con los componentes anteriores, se produce un tipo de aprendizaje llamado por refuerzo que logramos obtenerlo a través de la observación de las consecuencias de nuestras propias acciones. Algo que permite si es necesario luego ajustarlas.
Aprendizaje por refuerzos (AR, o RL en inglés) es un sub-área dentro de aprendizaje automático que estudia cómo un agente (un animal, humano, robot o programa) aprende mediante interacción directa con su ambiente.
Pero cuando se juega con otras personas es necesario hacer un modelo mental de cuáles son las intenciones de los demás. Por ejemplo, se debe considerar qué van a hacer los otros y de qué modo, para poder desarrollar una estrategia de juego que permita ganar, y ser capaz luego de aprovechar la experiencia para aplicarla en otra oportunidad.
Para comprender el mecanismo anterior y el modo en que aprendemos de las acciones de otras personas, algo que había sido poco estudiado anteriormente, investigadores de la Universidad de Illinois, liderados por Kyle Mathewson, realizaron un estudio en donde los participantes debían competir con otras personas en un juego en donde el objetivo era invertir más que el oponente en cada ronda para ganar un premio considerablemente mayor a la cantidad apostada, y reducir al mínimo las pérdidas.
Los cerebros de los voluntarios era monitoreado durante la actividad a través de resonancia magnética y además por medio de un modelo computacional, los científicos también evaluaban las estrategias de los jugadores y los resultados del estudio con el propósito de trazar un mapa de las regiones del cerebro implicadas en el aprendizaje a través de las propias acciones y de las acciones de los otros.
Ambos tipos de aprendizaje implicaban actividad en el estriado ventral, que forma parte de los ganglios basales, pero en el caso del aprendizaje por acciones de los otros también se activaba la corteza cingulada anterior.
Esta región es conocida por estar relacionada con el procesamiento de errores, el arrepentimiento y con el aprendizaje social y emocional.
Para Ming Hsu co-autor del trabajo, los resultados ofrecen nueva información sobre el funcionamiento del cerebro cuando está involucrado en el pensamiento estratégico.
Si bien esta investigación fue realizada en una situación de juego, permite reflexionar sobre la importancia del mundo de las interrelaciones, ya que aun durante el mismo, permite el desarrollo de varias destrezas que hacen a las habilidades sociales, como considerar las intenciones de los otros, el desarrollo de estrategias, ajuste de las mismas y aprendizaje por refuerzo a través de las propias acciones y de la de los otros.
Sin lugar a dudas somos seres sociales que siempre nos vemos enriquecidos al estar con otros, y cuanto más si lo hacemos en contextos que estén neurosicoeducados que nos permitan tener presente el valor que todos tenemos en el desarrollo de los cerebros de otros integrantes de la misma.
Bibliografía:
- Zhu, L., Mathewson, K. E., & Hsu, N. (2012). Dissociable neural representations of reinforcement and belief prediction errors underlie strategic learning. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(5):1419-24. doi:10.1073/pnas.1116783109