
Espontaneidad
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Lo espontáneo es algo natural y sincero en el comportamiento o en el modo de pensar; se aplica a la persona que actúa o habla dejándose llevar por sus impulsos naturales, sin reprimirse por consideraciones dictadas por la razón. La espontaneidad, a su vez, es el conjunto de acciones inconscientes del proceder humano, resultante de la manifestación instintiva opuesta a cualquier razonamiento, concepto aplicable únicamente a los humanos, ya que en comportamientos no humanos no existe la puja entre razón y pasión.
El cambio, la creación y los descubrimientos vitales tienen como sustrato la espontaneidad y las distintas progresiones guardan relación con la edad del sujeto. En la etapa adulta se hace más lenta, incluso se estanca como consecuencia de repetir los mismos hábitos e iguales tareas reiteradamente. Se estrecha el margen para imaginar y romper moldes, haciendo que el sujeto sea más previsible y conservador, encerrándolo en una zona de comodidad y pereza sin desafiar la reinvención.
El hombre moderno se ha acostumbrado a programar las horas y los días, a llenar cualquier espacio vacío como si la agenda se apoderara de su tiempo libre.
Dar la espalda a la espontaneidad, incluso a la felicidad, es habitual en quienes desarrollan roles importantes; los movimientos rígidos en todos los aspectos generan altos costos, no sólo por restringirse a una vida pautada, sino también por alterar el caudal de improvisación con pesadumbre, fatiga física y mental, mayor distanciamiento de los afectos y una tendencia creciente a la soledad, al estrés y la ansiedad.
La amígdala cerebral estaría implicada en la detección de este comportamiento, lo que es consistente con los estudios que muestran una participación de esta estructura en los estímulos que son difíciles de predecir, lo novedoso o de significado ambiguo. Si un grupo de música decide improvisar una melodía aparece en la RNMf (Resonancia Nuclear Magnética Funcional) una mayor actividad en la red neuronal que se individualiza, también involucrada en cubrir la simulación de una acción. Esta red comprende el opérculo del cerebro o porción que rodea el surco lateral y esconde la ínsula anterior y posterior.
El cambio es posible, ya que se puede improvisar y reinventarse luego de largos años sometidos a una vida cuadriculada, siempre y cuando el sujeto sepa a consciencia intentar e imitar el plácido jugar de los niños ―aquello que transcurre en el universo de las fantasías―, donde el asombro está a flor de piel y se aplica en los aspectos trascendentales y cotidianos de la vida, tales como el abrazo, la contemplación del atardecer, un momento de baile o una conversación con amigos.
Abrazando la espontaneidad en la vida, la existencia es como una partitura en blanco donde no hay nada escrito, todo está por y para hacer; lo mal hecho puede corregirse.
Esta conducta humana es natural, una ley universal que no sólo rige las leyes del universo, de la naturaleza, sino también las que gobiernan la vida propia, destruyendo los temores y las ideas absurdas, acabando con los planes insensatos: es estar dispuesto a dejarse maravillar con los momentos inciertos que presenta la vida.
Vivir espontáneamente significa no planificar la evolución, sino respetar el proceso que se dio siempre, aquel que permitió al antepasado más pretérito, el Australopithecus, hace cuatro millones de años, cambiar el desarrollo de la naturaleza y la evolución de la especie, adaptándose a las condiciones externas, permitiendo una evolución constante sin ninguna planificación.
Esta forma de comportarse también significa disfrutar de lo sencillo de la vida, dejarse envolver por la melodía de una canción, conquistar por la sonrisa de un niño o un ¡te quiero! sincero. Es sembrar un árbol, sentirse pleno en medio de la naturaleza y gozar de la charla entre amigos, de la compañía con uno mismo.
La espontaneidad debe pasar por el juicio de la conciencia y de la razón. No hacerlo es sinónimo de falta de juicio e incapacidad para ejercer una autovigilancia que aliente el sentir y el actuar libremente, pensar y comportarse con buena conducta en las relaciones interpersonales, a conducirse alegremente, halagar o expresar con franqueza lo que sea.
Es importante ser preciso, dominarse, ser dueño de uno, responsable de lo que se dice y hace. Ser espontáneo no consiste en dañar a nadie, ni en ser alocado en manifestar desordenes sentimentales, mostrarse grosero, injusto, irracional o intentar parecer espontáneo. Esta conducta tiene un valor enfatizado y promovido en la sociedad actual, por lo que muchas veces se suele atribuir el concepto de espontáneo y auténtico como si ambos términos formaran una sola cosa.
La autenticidad es ser y comportarse fiel a sí mismo en todas las circunstancias, con libertad para decidir lo que se dice o la acción a ejecutar desde la ponderada integración personal de la razón, afectividad, sentido de realidad y aprecio de las circunstancias. El auténtico es libre para decidir cuándo y cómo manifestar espontáneamente su cualidad.
Sin dudas, caminar la vida sin estructuras rígidas es una sinfonía. Cada parte de la naturaleza interpreta un solo acorde: no está dividida en partes, es integral y trascurre con naturalidad, con lógica. La existencia del hombre forma parte de esa vida y naturaleza, por lo que para vivir esa armonía se debe contar con la disposición de adquirir la espontaneidad para asumir las cosas también con el corazón, no sólo con la razón.
Una expresión sin filtros restrictivos evita la interpolación entre la sensación y la expresión. Esto hace que la espontaneidad adquiera un valor indiscutible en pos de sensibles metas personales o sociales de cuantía. Transformar el camino del hombre, hacerlo capaz de superar el terror de la soledad sin sacrificar la integridad de su propio yo es hacerlo libre de ser quién realmente desea ser.
La vida, por su parte, sigue transcurriendo de manera espontánea, no se detiene, simplemente pasa, porque es espontánea…