La aversión es una emoción primaria que cumple con una función adaptativa e intenta cuidar nuestra supervivencia al protegernos de los alimentos en mal estado, además de alejarnos de otros peligros diversos.

Las emociones primarias: asco o aversión

Fecha 06 de Octubre de 2015

Artículo de uso libre, sólo se pide citar autor y fuente (Asociación Educar).


Cuando estamos ante algo con mal olor o en mal estado se produce una emoción conocida como aversión. No obstante, este sentimiento no solo surge ante cosas que pueden parecer putrefactas o perjudiciales, sino también frente a la presencia de ciertas personas, conductas y situaciones.

La aversión (o asco) es considerada una emoción primaria. Éstas son aquellas con las que nacemos, cumplen con una función adaptativa y se prolongan lo indispensable como para ejercer su misión de cuidar nuestra supervivencia.

Entre las clasificaciones más conocidas de las emociones primarias se encuentran las de Robert Plutchik, quien fue profesor de la Escuela de Medicina Albert Einstein, Estados Unidos, y las del psicólogo Paul Ekman, pionero en el estudio de las emociones y la expresión facial de las mismas, considerado como uno de los cien psicólogos más destacados del siglo XX.

Como toda emoción, la aversión produce un impulso para la acción, en este caso de separase de la situación, persona u objeto que la ocasiona.

Las expresiones faciales que acompañan esta emoción han sido ampliamente estudiadas por Ekman, quien considera que son universales y por ello se manifiestan en todas las culturas de la misma forma: nariz arrugada, labios superiores elevados y comisuras de la boca hacia abajo. Cuando la sensación de asco es muy fuerte, la lengua se asoma entre los labios.

Para Paul Rozin, catedrático de Psicología de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, esta emoción no solo nos protege de los alimentos en mal estado o venenosos, sino que también nos aleja de otros peligros como, por ejemplo, enfermedades infecciosas. Este es el motivo, según el especialista, por el cual nos producen repulsión aquellas cosas que consideramos posibles transmisores de enfermedades: cucarachas, ratas, excrementos, gusanos, etc. Incluso tal vez con solo leer lo anterior ya el asco esté algo presente.

Esta emoción, además, se produce ante la visión de personas que vemos con poco aseo o descuidadas en su vestimenta y presencia general, y aún llega más lejos y se manifiesta ante individuos con los cuales discrepamos moralmente.

Rozin distingue tres categorías para el asco:

  1. Asco básico: relacionado con la amenaza de que algo esté contaminado.
  2. Asco que nos recuerda nuestra naturaleza animal: sangre, cadáveres, etc.
  3. Asco moral: repulsión ante personas o actos de ellas que consideramos inapropiados.

Los dos primeros niveles pueden entenderse claramente desde un punto de vista evolucionista. En el caso del tercero, se observa cómo los factores culturales intervienen y modulan la expresión de esta emoción primaria. Cuando alguien realiza acciones inaceptables en lo personal o social, solemos decir “me da asco”, “no lo trago”, “me da náuseas”, etc.

Las investigaciones en neurociencias presentan que un área cerebral, la ínsula, participa muy activamente ante esta emoción. Uno de los primeros trabajos fue realizado en el año 1997 por Mary Philips y su equipo del Instituto de Psiquiatría de Londres, Inglaterra. Para efectuarlo le presentaron a un grupo de voluntarios, mientras escaneaban sus cerebros, rostros de personas con expresión neutra, de miedo y de asco. Lo que pudieron advertir los científicos es que ante las caras de miedo se activaba la amígdala cerebral y, frente a las de asco, la ínsula anterior.

Es interesante destacar, referenciando el trabajo anterior, cómo la expresión emocional de otros produce en nosotros una activación cerebral similar, lo que nos permite ser empáticos y también contagiarnos de las emociones de las demás personas, en una clara muestra de lo social que es nuestro cerebro.

Otro estudio más reciente sobre la aversión es el de Bruno Wicker, del Instituto de Neurociencias de la Timone, Francia, quien encontró que actuar la expresión asco, como el sentirlo realmente al oler, por ejemplo, ácido butírico, pone en acción la ínsula.

La estimulación a través de electrodos de esta área hace que la sensación de asco también se produzca, hecho que la posiciona como el centro de la aversión.

El reconocido neurocientífico Antonio Damasio realizó una investigación en donde pidió a los participantes que pensaran en momentos de sus vidas en los que hubieran sentido miedo, asco y alegría, y más allá del valor y nivel emocional que despertó cada tipo de recuerdo la ínsula siempre presentó actividad.

Damasio, en ese momento, la consideró un área en donde converge la información sobre los estados interiores del organismo, un tema de su interés ya que parte de su trabajo se centra en la percepción de los marcadores somáticos de las emociones.

Sin embargo, para otros neurocientíficos la ínsula es una corteza de integración que conecta las reacciones de distintos estímulos del interior y del exterior de nuestro cuerpo. Es decir, es un área multifuncional.

Sin lugar a dudas juega un papel preponderante en la aversión, pero siguiendo los nuevos avances en neurociencia, ningún área del cerebro funciona de forma aislada, sino como parte de una red cerebral interconectada. La maravillosa complejidad del cerebro humano debe por ello comprenderse como un gran sistema.

Lo que resulta interesante es cómo esta estructura que compone nuestro bagaje evolutivo y de un circuito de protección al producirnos repulsión ante alimentos en mal estado o animales que podrían ser un contagio de enfermedades, también forme parte de nuestra conducta social.

Respecto a este punto hay trabajos que muestran cómo la aversión influye en nuestros prejuicios y modos de evaluar a las demás personas.

Para William I. Miller, autor de The Anatomy of Disgust (la anatomía del disgusto), el asco se fue convirtiendo en una emoción de la civilización, cuyo cometido fue la protección y preservación de los valores culturales del momento.

Dentro de las investigaciones sobre la relación con nuestros prejuicios se encuentran las de E. J. Masicampo, psicólogo social de la Universidad Wake Forest, Estados Unidos, estudioso de las funciones más complejas de nuestro cerebro y su relación con las emociones y respuestas viscerales. Este científico consideró, luego de varios de sus trabajos, que ser distinto a lo que se acepta culturalmente para cada uno de nosotros despierta aversión y discriminación.

Sin embargo, estos sesgos que son inconscientes pierden su efecto si se toma consciencia de ellos.

La ínsula forma parte también de los sistemas cerebrales que nos permiten ser empáticos. Es por ello que cuanto más ampliamos nuestra visión del mundo de otras culturas, modos de vida o realidades expandimos nuestra toma de perspectiva y nos volvemos más comprensivos y respetuosos.

La aversión nos lleva a mantener una distancia prudente para no ser dañados. Nos alejamos o evitamos un encuentro, un contacto, o una situación de manera instintiva. Pero cuando se despierta, al igual que en otras emociones, es bueno preguntarnos si ese rechazo está justificado o si, por el contrario, lo correcto es modificar nuestra actitud.


Bibliografía:

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  • Schienle, A., Wabnegger, A., Schöngassner, F., & Leutgeb, V. (2015). Effects of personal space intrusion in affective contexts: an fMRI investigation with women suffering from borderline personality disorder. Soc Cogn Affect Neurosci, 10(10):1424-8. doi: 10.1093/scan/nsv034
  • Miller, W. I. (1998). The Anatomy of Disgust. Massachusetts: Harvard University Press.