
"Crisis de los 40"
El concepto de "crisis de mitad de la vida" (midlife crisis) o "crisis de los 40" comenzó a ser utilizado en los años 60 en el mundo del arte. Se refería al declive creativo y de productividad que atravesaban muchos artistas al llegar a esta edad.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Warwick en base al seguimiento que le hicieron a 50 mil adultos de distintos países durante décadas concluyeron que la "crisis de la mediana edad" se ubica en el pozo de un ciclo vital en forma de "U", y que los mejores momentos se disfrutan antes y después. Es decir, que los índices de felicidad empiezan a caer después de la adolescencia para "tocar fondo" entre los 40 y los 42 años, pero, dura poco este bajón, y los niveles de alegría mejoran de a poco hasta alcanzar nuevamente satisfacción hacia los 70 años.
La forma exacta de la curva y la edad en la que ésta alcanza su nivel más bajo varían, entre otros factores, según el país, el tipo de encuesta realizada y el método estadístico empleado para analizar los datos. Pero, aún y todo, se trata de un fenómeno muy extendido y que afecta tanto a hombres como a mujeres.
Las neurociencias, hoy, explican sin inconvenientes cómo después de los 60 años también hay beneficios para el cerebro, ya que si bien el estrés siempre es malo para el organismo, lo es tanto a los 20, a los 30 o a cualquier edad. Pero cuando la gente llega al final de la mediana edad, especialmente a los 60, suele reportar menos estrés. Por eso se sienten más competentes, más felices y más serenas.
Por lo general, las explicaciones tradicionales a la crisis de la mediana edad se han centrado en factores socioeconómicos: las hipotecas, los divorcios, las tecnologías o cualquier otro aspecto típico de la vida moderna. Sin embargo, los humanos no somos los únicos que sufrimos este fenómeno, podría ser un comportamiento que evolucionó desde los ancestros comunes de las personas y los demás homínidos actuales, y, además, existen varios mecanismos biológicos que, según los científicos, podrían explicar el descenso en el bienestar psicológico que ocurre aproximadamente en la mitad de la vida.
La mezcla de aspectos personales, incluso biológicos y sociales, podrían explicar las causas. Entre los biológicos está el final obligado o voluntario de la etapa reproductora, las primeras señales del paso del tiempo (canas, arrugas) o la sensación de pérdida física (menor agilidad, menor fuerza, menor rapidez). Podrían verse como etapas normales, pero se viven como tragedias. Entre los sociales, están las dificultades laborales, y, entre los personales está la sencilla cuenta de que se está creciendo inexorablemente porque comienza a reflejarse el bajón de algunas funciones vitales.
Es posible que las regiones del cerebro que procesan el bienestar psicológico cambien con la edad. O bien que tengan una gran influencia los altibajos en los niveles de hormonas sexuales que actúan sobre el cerebro, sobre todo, la testosterona en hombres y los estrógenos en mujeres.
Otra posibilidad es que influyan los cambios en la actividad de neurotransmisores relacionados con el bienestar, como la serotonina o la dopamina. O simplemente que, con la edad, humanos y simios adquieran estrategias para regular mejor sus emociones, como relacionarse con aquellos congéneres con los que se encuentran más a gusto y no aspirar a conseguir objetivos inalcanzables.
Por otro lado, es bien sabido que los cerebros de las personas mayores reaccionan con menos ímpetu a los estímulos negativos que los cerebros de las personas más jóvenes. En consecuencia un grupo de investigación de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, usando escaneos cerebrales y otras técnicas para medir la actividad mental y emocional, concluyeron que las personas sanas de edad avanzada (edad promedio: 66 años) tienden a sentirse menos infelices con las cosas que no pueden cambiar que las personas jóvenes (edad promedio: 25). Otros estudios han demostrado que el razonamiento social y la toma de decisiones a largo plazo mejoran con la edad y que los adultos mayores se sienten más cómodos frente a la incertidumbre y la ambigüedad que las personas en las primeras décadas de la vida.
Hannes Schwandt en la Universidad de Princeton analizó un estudio longitudinal alemán que contenía datos de 1991 a 2004 y en el que se preguntaba a las personas sobre su satisfacción con la vida actual y sus expectativas dentro de cinco años. Observó que la juventud es un período de desilusión permanente y la edad avanzada una época de agradables sorpresas.
Según Dillip Jeste, psiquiatra de la Universidad de California, en San Diego, estas diferencias podrían deberse a que las personas mayores compensan el deterioro cognitivo en determinadas regiones del cerebro con la creación de nuevas conexiones neuronales en otras áreas que, quizá, podrían aportar otros beneficios. Jeste señala también que los circuitos cerebrales vinculados a las recompensas pierden sensibilidad con la edad, lo que reduce la impulsividad y las actitudes adictivas.
Mientras el término "crisis" puede ser tomado como sinónimo de cambio con características intensas y bruscas. Este cambio puede ser favorable o desfavorable. Literalmente, es un momento decisivo, porque la "crisis de la edad media de la vida" es una etapa considerada inexorable. Todo hombre de cualquier condición social la pasa. En algunos, antes de los 40, otros llegando a los 50, y, no tiene que ver con el fracaso en ninguno de sus aspectos.
En realidad, la "crisis de la edad media de la vida", es una modificación en la vida de un hombre, se comporta como si se hubiese percatado de haber perdido algo, y lo manifiesta con tristeza, abatimiento, enojo o mal humor.
¿Qué se ha perdido?... Muchas cosas no concretas, indescifrables, casi inexplicables, como por ejemplo, los años de la juventud, los sueños, los objetivos juveniles, las energías puestas al servicio de "conquistar el mundo", la mejor mujer, el mejor premio, el más alto sueldo, el más codiciado puesto. Lo cierto es que la crisis, de una u otra manera, es inevitable. Todo hombre es ambicioso, se pone una o varias metas a alcanzar en la vida, metas pensadas, soñadas y proyectadas cuando se tenían entre 20 y 30 años que se confrontan con lo que se obtuvo realmente entre los 40 y 50 años.
Aunque suene disparatado, la crisis se presenta por igual en aquel hombre que consiguió todo o lo ha hecho parcialmente y en aquel que no consiguió nada, simplemente porque el estímulo principal del hombre, antes de alcanzar su anhelado objetivo, es el esfuerzo y la espera del resultado. Cuando éste llega, se ha perdido el esfuerzo. Ya no hay para qué luchar.
Por eso, a esa altura de la vida y en cualquier circunstancia, el hombre cae en la cuenta de que es mortal, porque no decirlo, es el momento de la vida donde la muerte cobra un significado distinto. Antes era lo que le pasaba a los otros, ahora, se da cuenta que es algo que también él le puede pasar.
A los cuarenta años se ha llegado a la mitad de la vida y hay que agradecer todo, la oportunidad de vivir, el haber nacido, el poder disfrutar de las cosas, el aire que se respira, fundamentalmente, el hecho de estar vivos.
Los cuarenta años son la etapa de la vida en la que el hombre debería haber logrado el equilibrio y la plena madurez; porque es el momento cumbre en que el ser humano puede alcanzar su máxima realización, y uno de los procesamientos más difíciles pero trascendentes es, justamente, desarrollar tolerancia frente a la incertidumbre de vivir.
Si se logra tramitar eso y superar el límite, la curva del descenso vital comienza a ser mejor tolerada y, sin duda, una perspectiva existencial más sabia y optimista puede pródigamente ser la posibilidad futura.