
El cerebro y las mascotas
En este artículo voy a centrar la atención especialmente en el lazo que se crea entre el hombre y el perro porque es muy especial y por tener mucha experiencia personal en el tema. No dudo de que las personas que compartimos parte de la vida con una mascota (en mi caso con los perros) estemos convencidas de la singularidad de una verdadera y auténtica relación fundada en una lealtad incondicional.
Aparentemente, el vínculo tan especial que hay entre el hombre y su mascota radica en un proceso hormonal que se activa al mínimo contacto, y es muy parecido al que se da entre una madre y su hijo. De hecho, varios experimentos demostraron que a nivel neurológico surgen neurotransmisores relacionados con el amor, igual al que se segrega cuando dos personas se aman.
Los seres humanos y los perros compartimos una estructura cerebral llamada sistema emocional. Esto en sí mismo es un gran factor de unión, ya que la mascota puede “descifrar” las emociones de su dueño y reaccionar en consecuencia. Esta vinculación emocional que experimentamos posibilita una comunicación a través de los sentimientos y las emociones.
La ciencia ya ha avalado con múltiples investigaciones qué comportamientos delatan amistades y alianzas entre animales de la misma especie (intra-específica) y entre distintas (inter-específica) y una de las conductas que evidencian amistad o grado de afiliación entre dos individuos tiene su base primordial en el tiempo que se dedican el uno al otro. Por eso, nuestras mascotas buscan continuamente enredarse con nuestras piernas, levantan la cola, se echan cerca o duermen en la misma cama; todas señales de que nos aprecia como amigos.
La actividad en el núcleo caudado de los perros aumenta en respuesta a las señales de mano que indican alimentos, ante los olores humanos conocidos o por el regreso del dueño, de manera casi parecida a la activación que se observa en el núcleo caudado humano y se asocia con emociones positivas. Los neurocientíficos lo llaman homología funcional, y puede ser un indicio de que el cerebro animal funciona de un modo muy parecido al humano.
Son comportamientos que demuestran la intensidad de una relación y, de idéntica forma que entre las personas, es posible identificar a quienes mantienen una relación preferencial observando el tiempo que se hablan el uno al otro o, en contextos más íntimos, midiendo el número de caricias, besos o abrazos.
La amistad entre los perros y el hombre data de hace tiempo, con alrededor de 30 mil años de convivencia. El sistema nervioso del perro se ha adaptado para entender las emociones que hay detrás de la voz humana. Es decir, se ha convertido en un experto rastreador de sentimientos, ya sea de tristeza o de felicidad. El etólogo Attila Andics explica que, como los humanos, los perros también tienen un área del cerebro dedicada a la interpretación de la voz y los estudios sugieren que utilizan mecanismos cerebrales parecidos para procesar la información social del entorno. Esto podría explicar el éxito de la comunicación vocal entre las dos especies: ambos han aprendido algunas claves de la comunicación o el significado de la risa humana, lo que expresa el llanto de un bebé o el dolor detrás de algún aullido. Pero no todas son semejanzas ya que el oído del perro reacciona de un modo más intenso a los ruidos fuertes que el humano.
En cuanto al trabajo en equipo, el perro es el más dispuesto de todas las especies a involucrarse con el hombre y desde siempre lo ayuda en distintas tareas: en la caza, en la defensa del grupo, el pastoreo, como lazarillo, para detectar sustancias peligrosas, rescatar víctimas atrapadas entre escombros, etc.
Las mascotas tienen un lugar especial en los corazones y las vidas de muchos, y eso también fue demostrado en estudios clínicos y de laboratorio. Se ha confirmado ampliamente lo que todos sabemos: los beneficios indiscutibles en el bienestar físico, social y emocional que sentimos en compañía de nuestra mascota.
Pudo determinarse que los niveles de neurotransmisores, como la oxitocina, involucrada en la relación de la pareja y el apego materno, aumentan después de la interacción con las mascotas. Una investigación llevada a cabo por el Departamento de Ciencia Animal y Biotecnología de Universidad de Azabu, en Japón, afirmó que el cerebro no define el nivel de oxitocina que libera una persona, y que por el solo hecho de ser dueño de una mascota el cerebro la libera de manera involuntaria (sin diferencias entre la oxitocina liberada por los hijos de la que es liberada por una mascota).
Las nuevas tecnologías de imágenes cerebrales (RNM funcional) ayudan a entender las bases neurobiológicas de esta relación, ya que las estructuras cerebrales que se activan mediante la detección de cambios en los niveles de flujo sanguíneo y de oxígeno son similares cuando se ve a los hijos o a las mascotas. La potencia de las imágenes en áreas que se saben importantes para ciertas funciones como la emoción, la recompensa, la afiliación, el procesamiento visual y la interacción social muestran mayor actividad cuando los participantes ven al propio hijo o a su mascota.
Por otro lado, una región conocida por su importancia en la formación de vínculos como es el área tegmental ventral (que se activa en respuesta a la presencia del propio hijo) y el giro fusiforme, involucrado en el reconocimiento facial y otras funciones de procesamiento de gráficos, muestran mayor respuesta a las imágenes de los perros que a las de los hijos. De todos modos, los resultados de los estudios sugieren que existe una red cerebral común importante para la formación del vínculo de pareja y que su mantenimiento y activación es similar ante imágenes del hijo o de la mascota.
Existen diferencias en la activación de algunas regiones que reflejan la variación en la función de estas relaciones y, al respecto, al igual que el área tegmental ventral, el núcleo accumbens ha mostrado tener un papel importante en los lazos de pareja, tanto en humanos como con la mascota.
La MRI Funcional es una medida indirecta de la actividad neuronal y puede correlacionar la actividad cerebral con la experiencia de un individuo. Por lo tanto, será interesante ver si los futuros estudios llegan a probar si los patrones citados de actividad cerebral se explican por las funciones cognitivas y emocionales o por otro motivo.
¿Cómo es que el perro se convirtió en el mejor amigo del hombre o cuándo nació y cómo se desarrolló esta particular alianza entre especies? Es algo en lo que casi todos los científicos coinciden: los perros fueron quienes promovieron esta relación. Comenzaron a domesticarse a sí mismos, por así decirlo, a cambio de una alimentación mejor a la que podían conseguir por sus propios medios. Con el correr del tiempo, el hombre lo entrenó para la caza, como pastores, guardianes y, en algunos casos, para transportar carga o empujar un trineo.
Algunas investigaciones indican que esta alianza fue la que le permitió al humano moderno imponerse a los neandertales y convertirse en agricultor. Es decir, en la profunda emocionalidad de la relación de las familias con sus mascotas caninas se ilumina una parte importante de la historia de ambas especies.
Como conclusión, el cerebro termina siendo la maravillosa y compleja máquina que por medio de estímulos espontáneos determina relaciones afectivas por igual, y explica porqué tratar a la mascota como un verdadero hijo está justificado neurobiológicamente, ya que tanto el perro como el hombre son animales sociales y ambos comparten similitudes en el cerebro para emocionarse y sentir.
El hombre y el perro refuerzan sus vínculos biológicos en un circuito neuronal impulsado por la oxitocina, de la misma forma que se construye entre individuos de la misma familia, y la manera de crear y reforzar este vínculo es sencilla y directa: una simple mirada recíproca y todo el tiempo posible para ambos.
Así es factible coincidir con el pensamiento del biólogo Charles Darwin, quien escribió en una ocasión que "la nobleza de una persona se mide por la cantidad y calidad de las relaciones que mantiene con otras sin importar la raza y a través del tiempo".
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