
Cerebro e intestino
La relación entre el cerebro y el intestino ha fascinado y lo sigue haciendo en el campo de las ciencias. Si bien pareciera que actualmente existen muchos adelantos a la hora de investigar los pormenores de este vínculo, todavía no se vislumbra un horizonte un claro, ya que mientras más investigaciones se realizan sobre este tema, más complejas y extensas son las interacciones que se encuentran.
Lo cierto es que durante siglos los científicos prestaron más atención al aparato digestivo que al cerebro, órgano al que tradicionalmente se le otorgó el cometido menor de ventilar la sangre.
En todas las culturas antiguas y modernas se ha tenido la conciencia, al menos popular, de que nuestros intestinos son capaces de experimentar emociones: recibir una buena noticia produce un cosquilleo placentero en el estómago, como si en su interior revolotearan miles de mariposas o, por el contrario, las situaciones de tensión, miedo o aflicción hacen que el estómago se contraiga y sintamos como si algo estorbase.
Este mar de sensaciones empiezan ahora a encontrar una explicación dentro de los límites de la ciencia y ya está confirmada la existencia de vías nerviosas que conectan entre sí las áreas cerebrales relacionadas con las emociones y los pensamientos, el sistema inmune, el sistema endócrino y el sistema nervioso entérico.
Efectivamente, el tubo digestivo está literalmente tapizado por más de 100 millones de células nerviosas, casi exactamente el mismo número existente en toda la médula espinal, estructura que junto con el encéfalo forman el denominado sistema nervioso central.
El sistema nervioso entérico es, en realidad, una unidad anatómica única que abarca desde el esófago hasta el ano y, al igual que el recluido en las paredes craneales, produce sustancias psicoactivas que influyen en el estado anímico, como los neurotransmisores serotonina y dopamina, así como diferentes opiáceos que modulan el dolor.
Este sistema tendría dos funciones fundamentales: por un lado, supervisar todo el proceso de la digestión, desde los movimientos peristálticos, la secreción de jugos digestivos para digerir los alimentos, la absorción, transporte de nutrientes y la eliminación de los productos de desecho. Por otro, colabora con el sistema inmune en la defensa del organismo.
Por tanto, el intestino tiene la capacidad de trabajar de dos formas. Una de manera independiente y en conexión con el cerebro, llamado eje cerebro-intestinal. Esta forma es bidireccional, es decir, va del cerebro al intestino y viceversa. En los últimos años, se ha visto que la comunicación del intestino hacia el cerebro es mucho más intensa, ya que hay un mayor número de fibras que comunican en esa dirección.
En una situación percibida de calma o en estado de tranquilidad, se activa el sistema parasimpático a través del neurotransmisor acetilcolina; este pone en marcha diversas funciones, tales como la reducción del latido cardíaco, la estimulación de la actividad digestiva, la relajación del recto, la contracción de la vejiga, entre otras.
Cuando, por el contrario, percibimos una situación amenazante o de alerta a través del neurotransmisor adrenalina sucede una aceleración del pulso cardíaco, inhibición de la actividad digestiva y de la contracción del recto.
O sea que, sin dudas, el sistema de mayor poder es siempre el sistema nervioso central y desde allí parten órdenes a otros sistemas tales como el sistema parasimpático, sistema simpático o el sistema nervioso entérico. Esta comunicación sucede a través del nervio vago o neumogástrico, que junto con estructuras nerviosas del aparato digestivo jerarquizan las funciones del sistema nervioso entérico.
Anteriormente se pensaba que el nervio vago llevaba información desde el cerebro directamente al sistema nervioso entérico. En la actualidad, en cambio, contrariamente a lo que se creía, el 90% de las fibras que contiene el nervio vago llevan información desde el intestino hasta el cerebro, es decir siguen el camino inverso. O sea que el nervio vago no baja solamente a llevar órdenes al sistema nervioso entérico, sino que las sube para enviar información muy relevante al sistema nervioso central.
Entre las principales tareas informativas del nervio vago citamos que regula el latido cardíaco, la respiración, mantiene el tracto digestivo en funcionamiento (enviando información hacia el cerebro sobre el estado de la digestión para la realización óptima de la misma) y aumenta las funciones inmunitarias y antiinflamatorias (existe el mayor número de células del sistema inmunitario, por eso la activación de este nervio es tan importante para aumentarlas).
Simplificando, podríamos decir que el cerebro es el encargado de digerir las emociones, mientras que el intestino se ocupa de los alimentos. Sin embargo, existe información de distintas investigaciones imposibles de obviar. Desde el intestino se produce el 95% de la actividad de la serotonina, neurotransmisor bastante famoso porque es neuroactivo y sus bajos niveles en el cerebro se han asociado a estados anímicos bajos, depresión o adicción.
Como muchísimas moléculas en nuestro cuerpo, la serotonina no tiene una función única, sino que depende de la diana sobre la que actúa. Por ejemplo, si hablamos del intestino, allí un tipo de células intestinales produce serotonina para regular la motilidad intestinal (el movimiento de los músculos que permite el desplazamiento del alimento por el intestino); otras generan más del 50% de dopamina, neurotransmisor que entre sus funciones regula los niveles de placer en el cerebro (núcleo accumbens y la corteza prefrontal) y su secreción surge durante las situaciones agradables. Además, estimula la búsqueda de actividades placenteras.
Todo esto ha favorecido que la exploración del microbioma humano sea en la actualidad, un área de investigación de la interacción entre el intestino y el cerebro (llamamos microbioma humano al conjunto de microorganismos que ayudan en la digestión de los alimentos, producen vitaminas y protegen de la colonización de los microorganismos que pueden ser patógenos).
Sin dudas, el eje cerebro-intestino es bidireccional, pero aún quedan muchos misterios que develar.
“Siento mariposas en el estómago”; “Tengo un miedo pegado a las tripas”; “Se me retuerce el estómago”... Desde siempre, nosotros mismos hemos asociado las emociones más íntimas e intensas al aparato digestivo; quizás ya se intuía la importancia capital que ahora científicamente se comienza a dilucidar.
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Imagen: Flaticon