El cerebro no está construido para reconocer minutos u horas, los cuales no ocurren en la naturaleza.

El tiempo: por qué siempre lo calculamos erróneamente

Fecha 22 de Enero de 2020

¿Recuerda cuando era joven y sus vacaciones se estiraban sin fin? ¿Cuándo pasaba horas con sus amigos y jugando un deporte? ¡Qué exquisito tiempo libre de estrés era ese! ¿Y hoy? El tiempo parece pasar como un rayo. Se siente como si se acelerara cada vez más a medida que uno va madurando. Cuando uno estaba en la plaza con su amigo del colegio una hora parecía una eternidad. Ahora cuando uno se toma un receso para almorzar, sabe cuán efímeros pueden ser esos 60 minutos antes de que súbitamente tenga que volver al trabajo.

El tiempo le genera problemas a nuestro cerebro y esta es la razón por la cual tenemos dificultades para “medirlo”.

Tareas que pensamos que simplemente pueden terminarse en cuestión de segundos terminan siendo alcantarillas de tiempo. Las fechas de entrega se acercan siempre más rápidamente de lo que calculamos.

Constantemente estamos empantanados en casa o en el trabajo corremos de cita en cita, llegamos tarde a nuestras reuniones o posponemos nuestros proyectos.

El tiempo es corto. Es una mercancía valiosa. No debe sorprendernos que en varias encuestas las personas digan que preferirían tener más tiempo para ellos y para sus seres amados que tener mayores salarios.

Esta es una paradoja porque estamos viviendo en una era en la que tenemos mayor apoyo y respaldo para aliviarnos del trabajo que consume nuestro tiempo y, sin embargo, sentimos que tenemos menos y menos tiempo extra.

Si en el pasado quería comprar un pasaje en un colectivo tenía que hacer una fila en la terminal y decirle al vendedor la fecha y el destino al que quería ir. Luego la persona tenía que consultar en un largo catálogo para ver si tenía los pasajes que uno deseaba. Esto era normal y nadie se quejaba por esto.

En nuestros días lo único que tenemos que hacer es abrir nuestros celulares y comprar un pasaje tres minutos antes de que el colectivo salga y después nos ponemos de mal humor si el colectivo se retrasa cinco minutos.

Lo que sucede es esto: hacer planes parece funcionar bien en los papeles, pero nuestro cerebro realmente no nos sigue la corriente. También el cerebro está en desacuerdo con los parámetros más básicos de cualquier planificación de un proyecto, o sea con el tiempo en sí mismo.

El cerebro es incapaz de medir, obedecer o aun entender el tiempo. Este es un constructo artificial, una muleta diseñada por los humanos en un intento de organizar el mundo. Para el cerebro, ¡no existen unidades medibles de tiempo! Por lo tanto, ¿cómo se supone que el cerebro maneje un arreglo del tiempo tan ficticiamente artificioso presentado en segundos y años?

El cerebro no está construido para reconocer minutos u horas, los cuales no ocurren en la naturaleza. Si decidiéramos dividir nuestro día en 14 horas, con cada hora compuesta por 34 minutos y cada minuto por 83 segundos, ¡sería exactamente lo mismo para nuestro cerebro!

Nuestro cerebro siempre será malo para juzgar el tiempo.

“El tiempo es relativo” dicen los filósofos. Esto es más de lo que un neurobiólogo puede decir, puesto que el tiempo medible no existe para el cerebro. Es obvio que es “relativo” para nosotros. Cualquiera que ha tenido que esperar un colectivo durante 10 minutos sabe que estos 10 minutos pueden estirarse como una eternidad.

Todo aquel que ha estado con un nuevo amor en su primera cita sabe que 15 minutos pueden pasar en un parpadeo. Pero cuando luego uno le pregunta qué situación duró más (esperar al colectivo o los 15 minutos de la primera cita) la persona le contará la “prolongada velada romántica” mientras que la aburrida espera del colectivo es reducida a un breve incidente en su memoria. Es bastante raro cómo el cerebro maneja el tiempo, ¿no?

¿Por qué esto es así? ¿Por qué nos esforzamos en juzgar bien el tiempo?

La trampa de la planificación

Lo vemos una y otra vez. Una estimación inadecuada del tiempo puede tener consecuencias costosas y de amplio alcance cuando planificamos grandes proyectos. Como ejemplo podemos citar el desastroso manejo del tiempo de la planificación del “nuevo” Aeropuerto Internacional Berlín Brandemburgo (originalmente planificado para ser abierto en el 2012 y ahora retrasado para el 2022).

Pero también podemos nombre la Ópera de Sydney, que se comenzó a construir en 1957 (planificada para ser terminada a comienzos de 1960) y que se finalizó en el año 1973.

Los humanos somos particularmente malos para planificar cronogramas temporales. El error más típico de pérdida de tiempo es lo que los científicos denominan una “falacia de planificación”. Al menos una de las razones de este error puede ser atribuida a la incapacidad del cerebro de medir el tiempo de una manera fiable.

Cuando nos enfrentamos a una tarea a menudo estimamos muy poco tiempo para completarla. Si alguna vez ha ido de compras para Navidad sabe de lo que estoy hablando. Tiene una idea general de lo que tiene que comprar y tiene una “fecha de entrega” fija. Y a pesar de esto en los días previos a Navidad el pánico cunde entre todos mientras los frenéticos compradores intentan hacer sus compras de último minuto.

En promedio, y esto ha sido estudiado científicamente, las personas terminan sus compras de Navidad cuatro días más tarde de lo que pensaban a comienzos de diciembre.

La razón de esto parece ser bastante obvia. Simplemente somos demasiado optimistas y no pensamos que algo puede fallar durante nuestra planificación. Pero la solución no es tan sencilla. Porque si usted le pregunta a una persona que haga una proyección no solamente optimista sino pesimista de una planificación, son igualmente malos para estimar el tiempo en ambos casos.

El problema es que la falla está en nuestra precepción. Cada vez que tenemos que imaginar la finalización de un proyecto nos orientamos para esta estimación basándonos en nuestras experiencias pasadas. Reflexionamos sobre cuánto tardamos en realizar tareas similares y utilizamos estas estimaciones para nuestras predicciones futuras.

Lamentablemente, lo que olvidamos es que nuestra memoria es muy mala para estimar el tiempo. La duración temporal de una tarea siempre parece mucho más corta en forma retrospectiva (especialmente si la tarea es monótona). Es muy difícil hacer pronósticos basados en nuestra comprimida memoria.

Aquí van dos pistas que pueden hacer que el reloj sea más manejable:

Primero pídale a alguien que no esté familiarizado con su situación que le dé una estimación de cuánto puede tardar una tarea. Diferentes investigaciones han demostrado que los especialistas son los peores para estimar la duración de los procesos de los cuales son expertos. Cuanto uno más experto es, más se reducen las experiencias en forma retrospectiva en nuestra memoria. Por lo tanto, alguien que es particularmente bueno en un proceso en particular es, por el mismo motivo, particularmente malo en evaluar el tiempo que le tomará hacer tareas familiares. ¡La experiencia no es siempre algo bueno!

Segundo: si frecuentemente hace tareas similares, mantenga un registro escrito de cuánto le lleva usualmente realizarlas y utilice su colección de minutos de finalización como una referencia para planificar en el futuro. A veces puede ser muy útil repasar los tiempos medidos y ver, a menudo con sorpresa, cuánto más nos ha llevado realizar una tarea de lo que pensábamos. ¡Nuestra memoria reduce todo! No es suficiente tratar de recordar nuestras experiencias pasadas porque no podemos recordar cuánto nos llevó finalizarla. El tiempo simplemente no existe para nuestro cerebro.

Sin sentido del tiempo

Es verdad. No tenemos ningún sentido del tiempo, literalmente. Nuestros órganos sensoriales nos ayudan a registrar otros tipos de estímulos externos e internos. Pero no existe un órgano sensorial para el tiempo. Por el contrario, nuestra percepción del tiempo se configura artificialmente en forma retrospectiva. Experimentamos una secuencia y luego las incrustamos en un constructo temporal. En otras palabras, no medimos el tiempo, lo “fabricamos” luego de hacerlo coincidir con nuestra percepción.

El error de un reloj de pulsera promedio es de un segundo por día. Uno atómico es mucho más preciso. Los modelos más exactos solamente ganan o pierden un segundo cada 140 billones de años.

Pero el reloj cerebral cuenta el tiempo de una forma diferente. O, para ser más preciso, no lo cuenta. No podemos ni siquiera medir confiablemente la versión más grosera de nuestro reloj, el ritmo diario.

Si es encerrado en una habitación y es desconectado de la luz solar y del mundo exterior, su ritmo interno sueño-vigilia se adaptará a un ciclo de 25 horas. ¡No podemos ni siquiera amoldarnos a un día de 24 horas!

Denominamos a este ritmo diario un ritmo circadiano. Para que nos sintamos cansados cuando oscurece, este reloj central de 25 horas se ajusta por estimulación de la luz solar a través de nuestros ojos.

Ahora puede comprender qué significa precisión en neurobiología.

Así que mientras tiene que ajustar su reloj solamente una vez al año para no retrasarse cinco minutos, su cerebro debe ajustarse una hora por día. Si el cerebro no hiciera esto, ¡nuestro reloj interno estaría dos semanas atrasado cada año! En cuyo caso usted llegaría tarde a todas sus reuniones.

Error de tiempo “en vivo”

Hablando de relojes, ¿está usando por casualidad un reloj de pulsera con segundero? Mírelo durante un momento. ¿Nota algo cuando lo mira? A veces cuando mira el segundero parece tardar más tiempo en el primer segundo que en los restantes. Cuando comienza a mirar al reloj el segundero “se congela brevemente” y luego continúa moviéndose con su ritmo normal. Este es un fenómeno denominado cronostasis (que en griego significa “tiempo estancado”).

Esto funciona particularmente bien en el reconocimiento facial. Cuanto más expresivas son las caras, más tiempo y más intensamente parece que las percibimos, aun cuando este tipo de caras nos son mostradas durante la misma cantidad de tiempo que caras con expresiones neutrales (las fotos de pasaportes).

Por ejemplo, cuando a los participantes de una investigación se les muestran caras de mujeres que han sido clasificadas como no atractivas, miran estas caras durante un período de tiempo más corto que el tiempo que le dedicaron a las caras atractivas, si bien en ambas las observaron durante la misma cantidad de tiempo.

Esta investigación demuestra que nuestra percepción del tiempo está muy influenciada por nuestro entorno. Una cara feliz es todo lo que necesitamos para acabar con nuestra percepción objetiva del tiempo, pero solamente si podemos imitar la expresión facial.

Cuando a los participantes de una investigación se les solicitó adivinar la cantidad de tiempo que pasaron mirando una cara feliz, ellos estimaron más tiempo para las expresiones faciales que podían imitar. Si tenían una lapicera en sus labios, lo que les impedía a sus músculos labiales imitar las expresiones de la fotografía, este efecto se desvanecía.

Por lo tanto, si quiere evitar ser distraído en el futuro por caras atractivas ya sabe ahora qué hacer: muerda una lapicera y ya no tendrá más problemas para poder estimar el tiempo. Esto le demuestra también que la neurociencia le puede ofrecer soluciones prácticas para los problemas de su vida diaria.

Nuestra percepción del tiempo está sujeta a fluctuaciones biológicas que ocurren naturalmente. Es interesante que nuestra percepción del presente casi nunca es influenciada, solamente es distorsionada en forma retrospectiva.

Durante experiencias particularmente emotivas uno a menudo tiene la sensación de que todo transcurre en “cámara lenta”, como si el cerebro estuviera procesando la información que ingresa de una forma más rápida. Por supuesto esto no sucede porque el cerebro siempre procesa las cosas a la misma velocidad. Sin embrago, si uno está recordando la experiencia, la memoria parece moverse en cámara lenta.


Referencia bibliográfica:

  • Hari, R., & Parkkonen, L. (2015). The brain timewise: how timing shapes and supports brain function. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 370, 1668–1681. https://doi.org/10.1098/rstb.2014.0170

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