La sociedad actual aún mantiene el viejo precepto de que el consumo moderado de alcohol podría generar ciertos efectos benéficos para la salud. Sin embargo, nuevos estudios muestran que si la utilización no se dosifica las utilidades etílicas desaparecen.

El alcohol y la salud

Fecha 26 de Junio de 2018

En esta sociedad, que podríamos definir como "alcohol céntrica", el alcohol está bastante ligado al paisaje emocional y social, y eso hace que cuando alguien decide cambiar sus hábitos como bebedor le resulte difícil. Efectivamente, está integrado que "tomar unas copas" es algo tan normal como anotarse en un gimnasio. De hecho, es realidad que el alcohol está en nuestras vidas y en la de los jóvenes, quienes lo utilizan, al igual que otras sustancias, para perder la vergüenza y conseguir "súper-poderes".

Hay generaciones que han crecido en una sociedad en la cual el alcohol era un elemento necesario para cualquier situación; para celebrar, para relacionarse, relajarse e, incluso, para aliviar el estrés. Lo importante es que sea cual sea la meta de cada uno, aprendamos a cambiar la mentalidad y nos atrevamos a poner en práctica nuevos hábitos más saludables porque la diversión y el éxito social "sin copas", sí es posible, aunque, por diferentes razones, para algunos resulte un cambio más arduo que para otros.

La verdad es que el alcohol está pasado de moda. Beber está ligado a la vida emocional y social, pero de las generaciones anteriores, aunque todavía, por desgracia, está integrado y el que no bebe resulta absurdo y mal visto.

Sin embargo, hoy se sabe que beber alcohol ya no sirve, no abre puertas y sigue siendo tan malo como siempre.

El consumo moderado de alcohol tampoco es un hábito saludable y la creencia de que las bebidas alcohólicas de baja graduación, como vino o cerveza, son beneficiosas si bien está muy arraigada, se trata de una falsedad alejada de la realidad. El alcohol es una sustancia con propiedades tóxicas y capacidad adictiva y, según la OMS, su uso nocivo es un factor de riesgo de muerte prematura y discapacidad. El 25% de los fallecimientos del grupo de edad entre 20 y 39 años son atribuibles al consumo de alcohol.

Un estudio publicado en The Lancet rebaja la cantidad diaria exenta de riesgo y sólo contempla un efecto protector residual. Pero el debate sobre las repercusiones del consumo moderado de alcohol parece interminable y las recomendaciones sobre ingesta segura han evolucionado a lo largo del tiempo, de forma que cabría pensar que se ha pasado de casi prescribirlo sólo a unas pautas muy restrictivas.

En realidad, los tiempos en que ciertas bebidas alcohólicas se consideraban elixires quedan muy lejanos y no es cierto que en la actualidad los expertos promuevan una especie de ley seca. Lo que sí se constata es la tendencia a fijar unos márgenes de consumo seguro para la salud, mucho más estrechos que hace no demasiados años y a cuestionar los posibles beneficios cardiovasculares o de otra índole.

El trabajo publicado hace unas semanas en The Lancet sigue esa senda y la afianza, con la contundencia que proporciona el análisis de los datos de 600.000 personas de 19 países. La conclusión principal es que un consumo de alcohol superior a los 100 gramos a la semana se asocia con una reducción de la expectativa de vida. Esa cantidad equivaldría a entre 5 y 6 copas de vino a la semana, lo que supone una cantidad sensiblemente inferior a la que comúnmente es aceptada en países como el nuestro.

Cómo vemos, la diferencia es muy grande, aunque hay que tener en cuenta que siempre ha habido un cierto baile de cifras al poner ejemplos sobre lo que es una ración de vino, de cerveza o de bebidas con mayor graduación. Lo que sí está demostrado y ya no se discute es que un mayor consumo de alcohol se relaciona con un riesgo superior de ACV, insuficiencia cardiaca, hipertensión arterial mortal y aneurisma de aorta letal.

Para todas estas condiciones no se apreciaron umbrales de consumo por debajo de los cuales se atenuase el riesgo de enfermedad. En cambio, el consumo de cierta cantidad de alcohol se vinculó con un menor riesgo de infarto de miocardio no mortal. Esta diferente asociación podría explicarse por su efecto negativo sobre la tensión arterial, que justificaría el gran incremento del riesgo de ictus. En cambio, favorecería un aumento del colesterol HDL, que induciría el descenso del infarto de miocardio.

De cualquier manera, la relación entre alcohol y salud es un asunto complejo, pero conviene tener en cuenta tanto el tipo de bebida como el patrón de consumo y muchos estudios sólo valoran la cantidad consumida a la semana en grados de alcohol, pero no consideran aspectos de la fuente del mismo (no es lo mismo el vino que el vodka) o el patrón de consumo que cambia mucho de un país a otro. En este sentido, el vino, además de alcohol, tiene compuestos antioxidantes (polifenoles) que pueden ejercer efectos “beneficiosos". No obstante, a pesar de eso, es necesario rebajar la ingesta que se consideraba segura y dejar de hablar de que existen cantidades protectoras.

De cualquier manera, es importante segmentar el mensaje. Dejando aparte los colectivos en los que existe consenso sobre el consumo nulo: embarazadas, menores, ciertos enfermos, conductores de vehículos, etc. Estas serían las correctas recomendaciones: en hombres menores de 45 años y mujeres menores de 55, alcohol en muy baja medida.

En edades inferiores, las causas de muerte por alcohol están muy relacionadas con los accidentes de tránsito, los suicidios o el cáncer de mama. A partir de esas edades empieza a subir el riesgo de infarto, frente al que el alcohol puede proteger. Ahí jugaría un papel importante el consumo moderado.

Primero fue el vino de la mano de lo que se dio a conocer como “la paradoja francesa”, que venía a decir que una “copita” al día es buena para el corazón. La afirmación de que una copa de vino es saludable viene de finales del siglo XIX a raíz de un estudio en el que se analizaba el consumo de alcohol y el riesgo cardiovascular en diferentes países.

Se observó que Francia, siendo uno de los países que más grasas saturadas consumía a través de las mantequillas, de los quesos y de los patés, era uno de los países con menor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Se atribuyó esto al consumo de vino de manera causal sin que se hallara evidencia de tal relación. Un estudio observacional puso a dar saltos de alegría a los vinicultores franceses y de regalo nos dejó un mito tan bien instaurado que en más de un siglo no sólo ha sido imposible derribarlo sino que ha dado pie a más estudios similares; algo que ha influido en la percepción que la población tiene acerca del consumo de alcohol. Sin ir más lejos, durante 2016 y 2017 pudimos leer un sinfín de artículos en diversos medios de comunicación que hablaban de estudios que atribuían al alcohol múltiples propiedades; desde la copa de vino que equivalía a una hora de gimnasio hasta las virtudes de hidratación de la cerveza tras una larga carrera. 

Para comprender el lugar que ocupa el alcohol en la sociedad, así como su impacto, antes debemos entender cómo está integrado en nuestra cultura y cómo ha pasado esa cultura a nosotros. Los causantes de que el consumo de alcohol se normalice son, sin duda, la publicidad y los medios. Hay bebidas alcohólicas que llevan colgada una etiqueta con caras de famosos. Esto claramente une al alcohol con el éxito, la fama y el dinero. Incluso, lo vemos en redes sociales, en las películas y en las series como algo absolutamente normalizado y cotidiano.

El alcohol no es saludable y es silencioso. A diferencia del tabaco, no se ve, no deja rastro de humo y su consumo no se asocia con efectos negativos para la salud. Pero lo cierto es que los riesgos son muchos. Además, genera violencia, accidentes y suicidios; no sólo afecta a quien lo consume, sino también a terceros, a víctimas inocentes como en el caso de los accidentes de tráfico.

El consumo excesivo de alcohol altera el balance funcional en el cerebro; desconecta las regiones corticales mientras aumenta su acoplamiento con regiones subcorticales. Los trastornos por consumo de alcohol constituyen un importante problema de salud pública y comprender las alteraciones de la red cerebral resulta de gran importancia para diagnosticar y desarrollar estrategias más eficaces.

Del análisis de las imágenes obtenidas por resonancias magnéticas se concluyó que la conectividad funcional en las redes corticales, motora-sensorial, parietal, retrosplenial y prefrontal disminuye debido al consumo de alcohol, mientras que la conectividad entre la red prefrontal-cingulada y la de estriado aumenta.

Se sabe que el consumo excesivo de alcohol está asociado con una mala salud del cerebro, pero pocos análisis han examinado los efectos del consumo moderado y los resultados son inconsistentes.

Un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford y el University College de Londres, ambos en Reino Unido, se propusieron investigar si el consumo moderado de alcohol tiene una asociación favorecedora, nociva o ninguna relación con la estructura y la función del cerebro. Después de ajustar ciertos factores de confusión, los investigadores descubrieron que un mayor consumo de alcohol durante el periodo de estudio de 30 años se relacionó con un mayor riesgo de atrofia del hipocampo, una forma de daño cerebral que afecta a la memoria y la navegación espacial.

El mayor consumo también se vinculó con una menor integridad de la sustancia blanca y un descenso más rápido de la fluidez del lenguaje (cuántas palabras que comienzan con una letra específica se pueden generar en un minuto); pero no se encontró ninguna asociación con la fluidez semántica (cuántas palabras en una categoría específica se pueden nombrar en un minuto).

Por lo tanto, el alcohol podría representar un factor de riesgo modificable para el deterioro cognitivo y las intervenciones de prevención primaria dirigidas a la edad avanzada podrían ser demasiado tardías si no se toman medidas a tiempo. Y si bien es cierto que el resveratrol, un tipo de fenol natural que se encuentra en el vino tinto, reduce el deterioro cognitivo, alcanzar el consumo recomendado a través de la ingesta de esta bebida es imposible ya que la cantidad que aporta es ínfima y, luego, viviríamos con tal "curda" que importaría muy poco tener memoria o no.


Bibliografía:

  • Wood, A. M., Kaptoge, S., Butterworth, A. S., et al. (2018). Risk thresholds for alcohol consumption: combined analysis of individual-participant data for 599 912 current drinkers in 83 prospective studies. Lancet, 391(10129), 1513–1523. doi: 10.1016/S0140-6736(18)30134-X
  • Leal López, E.R. (2004). Adolescentes y alcohol: la búsqueda de sensaciones en un contexto social y cultural que fomenta el consumo. Apuntes de Psicología, Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental y Universidad de Sevilla, 22(3), 403-420.
  • Pons Diez, J., & Berjano Peirats, E. (2009). El consumo abusivo de alcohol en la adolescencia: un modelo explicativo desde la psicología social. Plan Nacional sobre Drogas, Reino de España. Recuperaro de: http://www.cedro.sld.cu/bibli/a/a4.pdf
  • Fundación Alcohol y Sociedad (2011). Adolescencia y alcohol: guía para el profesorado. Recuperado de: www.alcoholysociedad.org/ofertaeducativa/descargas/programa/GuiaProfesoresCastellanoOK.pdf
  • Ayesta, F. J. (2002). Bases Bioquímicas y neurobiológicas de la adicción al alcohol. Adicciones, 14(1).
  • Dusek, D. & Girdano, D. (1983). Drogas un estudio basado en hechos. México: Fondo Educativo Interamericano.
  • Martinez Martinez, A., & Rábano Gutiérrez, A. (2002). Efectos del alcohol etílico sobre el sistema nervioso. Rev Esp Patol, 35(1), 63-76.

Imagen: Osss.it